Sea este artículo una brevería de corte cofradiero con tono costumbrista. Nadie caiga motu proprio en la fosa de los leones de esa autodestrucción del ánimo que a menudo nos imponemos como coartada sinsentido. Estamos prácticamente a seis días vista de tantísimos benjamines estrenando de nuevo los zapatos de la ilusión con suelas de esperanza. Ya sabemos que -en el tempus fugit del Valdés Leal de la brevedad de la vida- quien no estrena el Domingo de Ramos, no tiene manos. Los cofrades en este sentido no precisan preguntarse el castizo interrogante, tan de Lola de España, del cómo me las maravillaría yo. Los cofrades siempre han habitado en las antípodas de la indolencia. Jamás necesitaron la fuerza del Ave Fénix porque congénitamente tienen mucho de mano de santo, de bálsamo de Fierabrás y de purga de Benito.
En esta angostura de lo inocuo que es la pandemia del coronavirus, que es la zozobra de los desgobiernos de las Españas, plantan pies en tierra, como un capote de torería, los cofrades de la ciudad en su naturaleza divina y humana. ¿O acaso no perviven en tramos por orden de antigüedad tanto los vivos como los muertos cada vez que la Semana Santa -siquiera sea sin pasos sobre el asfalto- florece en el externón de la urbe como así el azahar en la inadvertencia de los ojos distraídos de cualquier transeúnte?
La pandemia para los cofrades no es sino una ágrafa presencia advenediza que no sabe distinguir las voces de los ecos. Que jamás conoció el viraje de vellos de punta de una revirá con solo de corneta de 'Silencio Blanco'. ¿La pandemia es como un hermano marciano que sólo aparece cuando no debe para arrasarlo todo a punta de lengua en labio? La pandemia se ha creído de facto señora muy señorona -de las de falso postín- y que en razón de su poder devastador adquirirá un lugar de privilegio en las cofradías. Habría entonces que dedicarle a la doña aquella letrilla escrita por Rafa Serna -cuya pluma estilográfica siempre rasgó el papel de costero a costero- y ahora readaptada para la ocasión: "Pandemia: tú no sabes de la Semana Santa de la misa la mitad".
Vino la pandemia, ufana, con el do de pecho para amordazarnos vía mascarilla en la supina ignorancia de que los cofrades ya inventaron -¡gloria nazarenorum para Juan Manuel Rodríguez Ojeda!- el antifaz como sinonimia del anonimato, de la penitencia, del silencio y de la negación del yo. La pandemia no merece el voto de confianza de los cofrades y ni siquiera el estipendio moral del beneficio de la duda. La pandemia es más cruel, más canallesca, más execrable que Pilatos porque este gobernador de Judea se lavó las manos en nombre propio para regalarnos in saecula saeculorum la bendita dicha de la Semana Santa pero la pandemia obliga al resto de la Humanidad a lavarse las manos en su nunca sacrosanto nombre para a la postre desquitarnos del milagro de "eso tan indefinible que es la cofradía".
La pandemia es como el rebotado de su cofradía que no cesa de criticarla en un pataleo vox populi. Para honra de la segunda y deshonra del primero. La pandemia tiene mucho de friki diabólica, empero desconoce el alcance satírico-burlesco de la guasa que por estos lares gastamos y desgastamos con fino ingenio creativo. La pandemia ignora que este próximo Domingo de Ramos los cofrades depositarán en la precocidad emocional del alma la misma alegría espiritual de antaño. Nos lo enseñaron nuestros predecesores: la verdadera Semana Santa es la del itinerario de la mano izquierda, la Semana Santa que conecta directamente con la diástole del bombeo de una misma sangre, la Semana Santa del corazón, la Semana Santa de nuestro interior.
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