La Rayuela
Lola Quero
La fiesta de Alvise
Postdata
UNO, que está en el epílogo de su vida profesional, mira hacia atrás y no puede esconder un punto de indignada tristeza. La Universidad en la que hace treinta y muchos años ingresé, era -y miren que me duele afirmarlo- bastante mejor de la que ahora pronto me marcharé. Son tantos sus males, tantos los factores que han influido en su, para mí, manifiesta degradación, que por supuesto no me caben en estas líneas. Desde la ausencia de su esencial espíritu crítico hasta una masificación que, transmutada en vulgarización, está asesinando su alma y su sentido.
De semejante cúmulo de errores, quiero fijarme aquí en el perverso sistema de incentivos que, impuesto, está alterando gravemente la labor diaria del profesorado. En el sistema universitario español la docencia se ha convertido en algo secundario: para hacer carrera, importa poco cómo y con qué grado de excelencia se impartan las clases. Quien dedique su tiempo principalmente a eso, lo está perdiendo para lo que en verdad hoy encumbra: publicar como un poseso artículos científicos en las llamadas revistas de alto impacto, única vía para ascender en la escala mágica del oficio. Papeles y más papeles que, por otra parte, como bien apunta el economista Fernando García-Quero, al menos en el ámbito de las ciencias sociales, "no sirven para mucho, no aportan gran cosa a la sociedad y no mejoran en absoluto la realidad".
También comparto con él la consecuencia: si lo que se estimula y premia es rellenar cuartillas -de lo que sea, da igual, se valora al peso- el invento cuaja en vértigo obsesivo por acopiar más y más referencias bibliográficas, tan inútiles como imprescindibles para prosperar en el escalafón académico. Digo con frecuencia que hemos pasado de una Universidad en la que nos pagaban por escribir a otra en la que tenemos que escribir para que nos paguen. Y eso, créanme, termina aniquilando intelectuales y convirtiéndolos en máquinas de parir paridas.
El genial Garrigues, jurista inigualable, no se atrevió a entregar a la imprenta su primera aportación hasta que no fue catedrático. En la actual coyuntura universitaria, su talento no tendría cabida: le faltarían papers, se pondría en duda su productividad y sería expulsado, por coherente y cabal, del claustro de los escribas.
Están locos estos romanos. Van a terminar, a mayor gloria de una Universidad que tan penosamente olvida su función básica, reventando miles, millones de estanterías.
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