HABLANDO EN EL DESIERTO

Francisco Bejarano

El Paraíso de la Paz

Nos llegan noticias inquietantes de la Francia que tanto admiramos desde niños por su lengua, su literatura y su historia, indicándonos que buena parte de la minoría musulmana, algo más del 8% de la población, vive en guetos, se rige por la ley islámica y promueve revueltas para hacerse pasar por víctima. La policía no se atreve a entrar en estos barrios, sin tribunales ni escuelas propiamente francesas, ni práctica de religiones no musulmanas. La lucha de los imanes radicales, casi todos, ha tenido éxito en procurar que los niños no se integren en la sociedad francesa: estudian el Corán en las escuelas musulmanas y se les impide relacionarse con gente de fuera de los guetos. Los exaltados del Islam francés ejercen unos poderes y unas presiones sobre el conjunto de toda la sociedad que no se corresponde con su número. Hay también musulmanes de cultura francesa, pero deben mantenerse lejos de sus hermanos por seguridad.

El enfrentamiento entre los propios musulmanes es notable allá donde pueden y los dejan. Europa occidental es bastante permisiva con las intimidaciones sobre los moderados o tibios, quizá porque las autoridades sepan que es tradición antigua entre ellos o porque vean, sin decirlo, que el enemigo dividido lo es menos. Lawrence de Arabia, León Uris y otros escritores que se han interesado por el mundo árabe y musulmán, que no es lo mismo, se desesperaron cuando cayeron en la cuenta de que es difícil, por no decir imposible, que se unan entre sí siquiera sea para fortalecerse contra el mundo de cultura occidental o para borrar del mapa y de la historia al pueblo judío. La regla básica, según Uris, de la vida árabe, aprendida desde niños en tierras hostiles y ahora en países confortables, es la familia contra el clan, el clan contra la tribu, la tribu contra las tribus vecinas, y todos contra los infieles. Debemos alimentar estas divisiones seculares heredadas de los antiquísimos beduinos preislámicos.

Hemos leído hace poco algo que ya sabíamos pero tendemos a olvidar: la resistencia de la Civilización contra el neonazismo islamista tiene tiempo limitado, mientras que el islamismo cuenta con toda la eternidad por delante. Los islamistas utópicos creen que cuando el mundo entero sea musulmán se instaurará el Paraíso de la Paz Islámica. Por ahí fallan. La naturaleza humana rechaza la uniformidad. Se destruirán en guerras civiles y tribales como hicieron siempre y en ello tenemos depositadas las esperanzas. En España no sabemos qué se hace para prevenir los desastres futuros. Parece, aunque no será así, que los actuales gobernantes españoles se han hecho cómplices de los musulmanes integristas, con la idea de desestabilizar la parte de Europa que no se entregó a los totalitarismos comunistas y aún defiende el capitalismo depredador, un sistema opresor, por más que sea el más acorde con la naturaleza humana.

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