P style="text-transform:uppercase">ues lo han conseguido, aunque nos pese. Los grupos terroristas han logrado meternos el miedo en el cuerpo. Ya no hace falta estar en Madrid, París o cualquier otra capital o ciudad europea importante para que un zumbado monte una pitote de esos que abren todos los informativos: luces de ambulancias, sangre en el suelo asomando bajo las mantas térmicas, hospitales de campaña y el político de turno repitiendo ante los micrófonos aquello de que no nos doblegarán, que si la libertad, los derechos y toda la parafernalia.

Prueba de que la extensión del terror es real son las medidas de seguridad que se han desplegado durante nuestra cabalgata de Reyes. ¿Quién nos iba a decir que en Jerez, donde casi nunca pasa nada de calado, salvo las desgracias y tragedias de cualquier otro sitio, íbamos a ver un despliegue que blindara la fiesta de los Reyes Magos. Pero así fue: el gobierno municipal y la policía tomó decisiones tan drásticas e inusuales como cruzar los autobuses urbanos en la avenida Álvaro Domecq como medida de prevención para impedir que vehículos de gran tonelaje accedieran al lugar por donde se estaba desarrollando el desfile.

Es muy probable que muchos piensen que las medidas fueron excesivas, o incluso quienes vean alejado de lo probable un ataque como los vistos en Niza o Berlín. La cuestión es que precisamente eso mismo debieron pensar los ciudadanos de aquellas dos ciudades: que era poco probable o imposible que un criminal con un volante en las manos embistiera con un camión con la mala intención de atropellar a cuantos más mejor. No, no trato con estas líneas de ser alarmista, pero visto lo visto, está claro que en cualquier parte puede saltar la liebre, o mejor dicho el terrorista. Es un problema global, y Jerez, al menos hasta donde yo sé, está en el mapa del mundo. Crucemos los dedos.

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