Mientras pueda permitírmelo, yo sólo lloro por alegría o de emoción. Lo digo porque la tesis de este triste artículo es que a nosotros, españoles de a pie, nos han convertido en siervos de la gleba de nuestro sistema político, esclavos a media jornada con unos impuestos de una proporcionalidad que hubiese sublevado a los más medievales de nuestros ancestros, y ciudadanos de tercera. No lloraré, porque hay jerarquías más importantes (la de la bondad, la de la aristocracia del espíritu, la de la alegría…) y más cosas en el cielo y en la tierra de las que sospecha la filosofía de los que cortan el bacalao.

Pero que no sea lo más importante, no quiere decir que no importe. Hay múltiples signos de lo que afirmo, como los privilegios salariales de los políticos, que ni se plantean hacerse el harakiri de un ERE, como han hecho en Italia. Claman al cielo los presuntos indultos a los sentenciados sediciosos, que son la prueba evidente de que la ley no rige para todos y que esa inviolabilidad del rey que tanto critican la quieren para ellos. Cuando el peso de la ley cae sobre unos delincuentes que fueron políticos, los colegas en activo se activan. Los indultos no se pensaron para esto, sino para aplicar una misericordia excepcional a favor del humilde aplastado por el "summum ius, summa iniuria". Jamás para que se vayan de rositas unos poderosos caciques 2.0 que atentaron contra derechos políticos básicos de todos, que no se han arrepentido y que juran y perjuran que lo volverían a hacer. Por si quedaba alguna duda, les están rebajando preventivamente las penas de sedición, por si acaso. Los de Podemos acertaron en el diagnóstico de la existencia de castas, aunque lo han aprovechado para encaramarse al privilegio. No hay donde poner los ojos que no muestre el desmoronamiento de nuestro sistema constitucional, de nuestro estatus civil y de nuestro clima de convivencia.

Hay en mis venas gotas de sangre jacobita, así que, en este panorama tan discriminador y opresivo, veo una oportunidad de oro para una buena rebelión, que siempre es más divertido que tragarse el sapo de la injusticia. Del rey incluido abajo, a todos nos quieren sumisos, resignados y asintiendo, así que tenemos una ocasión fantástica para decir que no. Desde la presión fiscal a la ley del embudo o del indulto, tenemos más de mil motivos para cortarles de un tajo la demagogia. Con nuestro silencio no será.

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