Ha tenido que intervenir el juez. Para que una señora en Asturias entrara en razón y diera a luz con ciertas garantías sanitarias ha habido que mandarle a la policía, detenerla y proceder a su ingreso forzoso en un hospital, pues al parecer ella no estaba muy dispuesta a parir en otro sitio que no fuera su casa, pero tampoco los médicos estaban dispuestos a que perdiera al hijo por hacerlo a lo loco, sin las atenciones que requería un caso de alto riesgo como era el suyo. Al final lo ha tenido por cesárea.

Por lo visto está de moda parir en casa. Y se puede entender que así ocurra, porque los hospitales no son los sitios más agradables ni para morirse ni para venir al mundo. Pero sí que son los más seguros. Por eso, aunque hay cosas que es mucho mejor hacerlas en una playa con cocoteros, o en una peña flamenca, no es el caso de estos partos de alto riesgo, que casi mejor será experimentarlos donde haya médicos cerca (y donde el material quirúrgico no se limite al que se pueda encontrar en los cajones de la cocina.)

Parir en casa era muy habitual antiguamente. Pero es que antiguamente había menos hospitales. Además, antiguamente también se aplicaban sanguijuelas a los enfermos, se practicaban lobotomías para aliviar los trastornos mentales y, como usted sabe, las muelas las arrancaban los barberos. Y eso aquí en Europa, porque en el salvaje oeste, para curar las heridas de flecha, se le ponía al paciente un palo en la boca para morder el dolor, se le daba un trago de whisky y, si no era suficiente para dejarlo grogui, se le propinaba el puñetazo equivalente a una anestesia general antes de operar sobre la mesa donde habían estado jugando al póquer.

Esta moda de parir a las bravas, en casa y lejos de los médicos, entronca con otra moda, que es la del escepticismo que han desatado las nuevas fuentes de información. Gracias a internet, se ha generado tanto recelo contra la ciencia oficial que ahora mucha gente ha descubierto que la tenían engañada y que las vacunas, aparte de un negocio turbio, son peligrosísimas. Asimismo, gracias a las redes sociales, hay ahora mucha más gente que prefiere el poder antibiótico de las infusiones al de la penicilina, y cada vez son más los que al fin ya no se sienten tan solos por creer que la Tierra es plana y que la teoría de la evolución fue un invento absurdo de Darwin para salir en los periódicos.

Allá cada uno con sus desvaríos. Mientras el suicidio no sea delito, habrá que dejar en paz a quienes prefieren recurrir a los curanderos que a los médicos cuando tienen algo grave. Pero ojo, habrá que dejarles siempre que sus chaladuras no afecten a los críos porque, igual que hay quien piensa que las pirámides las construyeron unos extraterrestres hacendosos (que eso no hace mal a nadie), también hay quienes consideran que las trasfusiones de sangre ofenden a Dios. Y quienes creen que lo mejor ante un parto complicado es recurrir a los medios naturales, que son aquellos que se empleaban cuando nuestros antepasados fallecían por una simple caries. Pero claro, entonces no había ni barberos.

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