No le están haciendo ni pizca de gracia. A la presidenta del Congreso muchas de las barbaridades que se escuchan allí le parecen intolerables, y por eso quiere impedir que algunas se recojan en el diario de sesiones. También es mala suerte que a los parlamentos vaya la gente a lo que va. Si los diputados acudieran a las Cortes a teñirse el pelo, o a hacer sopas de letras, quizás el ambiente fuera más distendido. Pero como resulta que sus señorías a lo que van es a expresar opiniones para chinchar al rival y a justificar el sueldo largando por esa boca, muchas veces se calientan y se les oye decir cada lindeza que causa espanto.

Se les critica por mentir, pero a mí cuando realmente me asustan los políticos es cuando se expresan con sinceridad, pues ahí es donde ponen en evidencia su talla moral (o intelectual, que según Sócrates viene a ser lo mismo.)

De entre los insultos que la presidenta quiere conjurar en el Congreso, hay dos que se repiten mucho. Uno es golpista. Y es verdad que suena fatal, pero claro, cuando un diputado quiera afearle a otro su particular manera de confundir la democracia con un retrete, ¿qué le tendrá que decir? ¿Truhán? ¿Pillastre?

Luego está la estrella de los insultos modernos: fascista. De hecho, se abusa tanto de él que ya no significa nada, porque si fascista puede servir para llamar a un macarra del separatismo, pero también para referirse a una abuela que va a su misa diaria; vale para el camorrista futbolero y para el que babea con las dictaduras comunistas del Caribe, ¿por qué no llamar fascista también al pollo en pepitoria y a las tablas de multiplicar?

Sabemos ya cuáles son los insultos proscritos, pero ignoramos cuáles serán los que sí pasarían este filtro. ¿Se podrá llamar ceporro a un diputado conservador sin que salten las alarmas? ¿Y farota? ¿Se admitirá ese apelativo cuando en una sesión de control ordinaria sea tanta la ordinariez que el Hemiciclo acabe como un reñidero de gallos? Yo entiendo que papafrita, si por ahora no lo admite la Real Academia, tampoco lo va a admitir el reglamento de la Cámara Baja. Y entiendo que soplapollas, aparte de descortés, pueda incluso incurrir en cierta apología del hetero-patriarcado. Pero convendría especificar todo esto en un documento oficial.

De cualquier manera, si de lo que se trata es de evitar que en el diario de sesiones se registren burradas -por lo que puedan pensar las generaciones venideras, como defiende la propia presidenta del Congreso-, cuando un diputado pendenciero embista a otro llamándole golpista, o fascista; cuando le escupa, o le pegue un corte de mangas, o se cague en la madre que lo parió, lo que habría que hacer no es ya mirar para otro lado impidiendo que conste en acta. Yo directamente cambiaría esas palabras tan feotas por otras que sean aptas para todos los públicos. Unos versos de Gloria Fuertes, por ejemplo: con mis ojos veo todo / con la nariz hago atchís / y con la boca yo como / palomitas de maíz. La diferencia es notable.

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