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No nos contarán el cuento de nunca acabar de este mal que nos mata y empobrece, casi inevitablemente

Antonio dio síntomas primero, días después Mercedes. Pese a los cuidados, vivir en otra habitación de la casa. Antonio ha sufrido más, mucho más, pero Mercedes ha padecido lo suyo también. La secuela que le ha quedado es una inquina irrefrenable hacia los chinos, a los que hace responsables del virus. Viven en las afueras de París y han pasado el Covid-19 solos, sin mucha ayuda y con mucha suerte pues también en Francia, en los peores días, los hospitales admitían exclusivamente a los enfermos pulmonares severos, los demás en sus casas. Han podido venir a España, su sueño de cada agosto, para ir a la playa todos los días, el sol estival les da cuerda para tirar todo el año en el país de la lluvia y el viento.

Cuando fui a la misa de corpore in sepulto por Carmita no sabía que había sido el Covid-19, me lo dijo su hijo. Las muertes de la pandemia han sido prácticamente desaparecidas de nuestras televisiones y periódicos, han sido una cifra que ascendía y que luego fue descendiendo. Un poco como ayer, como será hoy. Nos dirán el dato escueto, no hablarán de los sufrimientos concretos, no nos contarán el cuento de nunca acabar de este mal que nos mata y empobrece, casi inevitablemente. Así nos dicen del incremento en el País Vasco, en Cataluña, en Castilla y León, en Madrid, sobre todo en Madrid. Y las circunstancias particulares de Andalucía, Extremadura, todas las Españas.

Pepe me contó el otro día, como recién llegado a la vida, que fue contagiado por una médico que le hizo un cateterismo. Mi amigo Pepe viene sufriendo mucho con las enfermedades pero ahí está, con fuerza, superando el Covid-19. La médico dio síntomas y rastrearon a quienes pudieron haber sido contagiados. Lo llamaron, le hicieron el test, dio positivo. Lo llevaron al hospital enseguida y lo han devuelto curado Su sonrisa se adivina detrás de la mascarilla. Y su alegría. De Tin sólo sé que ha sido, al parecer, su nuera la que lo ha contagiado. Nuera y suegro están confinados en sus respectivas casas. En una habitación. Ojalá que el resto de la familia no haya sido contagiado, ni los vecinos que suben en el mismo ascensor y bajan las mismas escaleras. Cada día comprendo mejor a mi médico; si un hombre tan dulce, que nunca se enfada, estaba el otro día que se subía por las paredes con quienes no quieren ver lo que puede caerles encima, es que algo está pasando de verdad. Deberían contarse las circunstancias particulares, dibujarían el cuadro de una España que se dirige a la pobreza, cuando menos. Y al dolor.

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