La nicolumna

Nicolás / Montoya

Pasen y vean...

EL espectáculo continúa. El circo de la fórmula uno, los palcos por medio Jerez, y un Carnaval, que sigue siendo la manifestación popular más viva y cálida que existe, y en la que casi todo el mundo se desmelena. Sobre todo los que durante todo el año trabajan y conviven para sobrevivir. Por el contrario, los que no tienen moral, y malviven para prevaricar se llevan todo el año en permanente estado carnavalero.

No hay que reírse del de Rio de Janeiro porque por estos lares tenemos de sobra con el carnaval permanente de los imita-janeiros, en lo de lo rosa y en lo del espectáculo gratuito en teles y periódicos, ni asomarse a Venecia donde tanto éxito tendrían las elegantes máscaras dieciochescas o los disfraces de época renacentista porque a fuerza de sutilezas nos estamos rodeando de verdaderos profesionales del engaño continuado escondidos tras caretas que esconden miradas poco sinceras y gestos que acaban en los juzgados. Lobos y lobeznas con piel de cordero y demasiados disfraces de espías amateurs en las carrozas de las ruedas de prensa.

En muchas de las miles de letras carnavalescas se escucha ironía, sentimiento y alegría. Ganas de salir de la crisis y pasodobles que sirven de nana a quienes pueden dormir tranquilos. Lo significativo es que el ingenio popular no tiene, sorprendentemente, correspondencia en el ingenio de algunos mangantes profesionales de la mentira, que ni tararean en la ducha ni son capaces de cerrar los ojos enrojecidos de vergüenza en el espejo de su celda particular.

Pero el Carnaval todavía vive. Su espíritu es para los que caminan con la frente alta y sin máscaras. Los demás hacen cola en las tiendas de rebajas de disfraces, y algunos hasta pagan con dinero público. Un tal Falla decía que siempre es Carnaval. A la España de hoy y a Jerez debería venir de nuevo a echar un vistacito.

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