Pasión por América

Aquel que gesticulaba tanto en el bar parecía que era a él a quien le habían quitado los delegados de Pensilvania

Ala abundante tipología de polemista de barra y cerveza que tanto abundan por las tabernas que, ay, todavía sobreviven contra viento y marea (predicadores de saldo que lo saben todo del fútbol, de la política, de la ciudad, hasta de la vida misma) le ha salido un añadido, el entendido en asuntos sobre los Estados Unidos de América, y en concreto en su decimonónico sistema electoral (y nos quejamos del de aquí…). Es más que posible que el personaje no acierte a nombrar más de tres concejales de su pueblo, y muy probable que a su edad no haya puesto un pie en la Gran Manzana, pero el tío se sabe hasta los delegados que aporta el estado de Iowa, o se indigna por la creciente influencia en el resultado final de los que pueblan la acomodada costa este.

Intuyo que en este hasta ahora desconocido furor por la cosa yanqui tiene mucho que ver la insoportable polarización que amenaza con destruir la nunca bien ponderada moderación española en las urnas hasta hace bien poco, pero en cualquier caso asombra que, igual que personas educadas en las buenas costumbres y bien relacionadas con el sector agroindustrial pierdan pie por un tipo de la calaña de Donald Trump; otros, rojos confesos, saluden como un triunfo propio la victoria final, en el descuento, de un anodino senador, anciano y ricachón, como Joe Biden, por mucho que lleve de segunda a la primera mujer vicepresidenta (sobre la primera que se presentó a presidenta, por el mismo partido, ya sabemos lo que ocurrió). ¿De verdad nos afecta tanto a este lado del Océano lo que ha pasado allí?

En el fondo, la problemática surgida con el conteo de votos que tanta polémica ha suscitado está en íntima relación con la propia naturaleza de los sistemas electorales mayoritarios tan de los anglosajones, que están pensados para resultados más holgados y presumen una honestidad en los contendientes que no es precisamente lo que abunda ahora. El hecho de que la victoria de uno quede certificada por el elegante discurso del otro es algo aquí muy difícil de explicar, pero allí, educados más en la costumbre que en la ley, lo entienden de otra manera. O mejor, lo entendían: la peligrosa mezcla de sectarismo y globalización hace que cada vez más seamos menos distintos. Quizá por eso, aquel que gesticulaba tanto en el bar parecía que era a él a quien finalmente le habían quitado los famosísimos delegados de Pensilvania.

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