En la penumbra de un rincón a los pies de la iglesia, junto al coro, tapado a veces por un paso o una parihuela, persiste postergado el retablo del Cristo de la Salud. Pasa tan inadvertido al entrar en San Mateo que hace falta aguzar la vista o buscarlo con indisimulada curiosidad. La parca iluminación y su apagado colorido, resultado de una desafortunada reforma neoclásica, hacen que destaque poco. Hay lugares, además, que parecen estar condenados al fracaso. En esa misma ubicación se sabe que estuvo el altar de Ánimas de la parroquia. Tras el cierre de la puerta principal y la ruina ocasionada por el terremoto de 1755 este altar se traslada, dejando un vacío que años más tarde, en 1761, será cubierto con la realización de uno nuevo. Un devoto del crucificado, que quiso permanecer en el anonimato, lo costea. Allí se conservó la talla desde esa fecha hasta hace algunas décadas, cuando un incendio provocó daños en la estructura retablística aún no reparados. El Cristo de la Salud, o de las Aguas, como ahora se conoce, fue sacado de allí y depositado en la vecina capilla de San Blas.

La escultura es muy anterior a 1761. De hecho, parece de la primera mitad del seiscientos. Una obra, muy frontal y simétrica, que todavía no ha avanzado hacia formas propiamente barrocas. La interesante cabeza y el elegante sudario nos hablan de un artista que bebe aún de modelos de fines del XVI. Hay pocas dudas de que ese imaginero fue Francisco de Villegas. Un oficial de Montañés que termina recalando en Cádiz y del que restan en Jerez varios trabajos, siendo el más conocido de todos el Cristo de la Humildad y Paciencia.

La hermandad del Desconsuelo ha puesto su atención en el crucificado e incluso hay quien sueña con verlo procesionar. ¿Harán falta molías e incienso para ver esta imagen y su retablo restaurados? El tiempo lo dirá.

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