Los Remedios, esa iglesia tan céntrica como ignota, guarda un Calvario con llamativas esculturas de tamaño natural. La variedad estilística de las tres no menoscaba la belleza, algo dañada, de este grupo. Al contrario, resulta sugestivo observar en el crucificado, de pasta, rasgos del seiscientos sevillano, mientras en el San Juan resalta la indudable impronta dieciochesca de Jacome Vacaro y en la Dolorosa la refinada gubia decimonónica de Juan de Astorga.

No obstante, el verdadero misterio sobre estas imágenes no es tanto su autoría, como su procedencia. La enrevesada y accidentada historia de la capilla de los Remedios no ayuda a descifrar el origen de cada una de ellas. Durante cientos de años se fueron sucediendo un pequeño altar medieval; un primer edificio del XVI; un segundo templo del XVII que, en parte, se corresponde al actual y que se cierra tras la Revolución de 1868, perdiendo entonces todos sus bienes muebles; y la gran reforma de principios del XX, en el que adquiere su apariencia presente. Tras su reapertura, se instala allí nuestro Calvario. Es posible que hubiera recibido culto en ella de manera previa al cierre pero no podemos asegurarlo. De hecho, consta la existencia en tiempos anteriores de una hermandad penitencial y que procesionó un Santo Entierro y, tardíamente, una misteriosa escena del "Despedimiento". Más conocidos son, en cambio, los numerosos intentos fallidos de crear cofradías con estas imágenes, desde los años 30 con la del Cristo del Amor hasta las últimas décadas. Todas ellas se han encontrado con un muro infranqueable, la Adoración Nocturna, que viene ocupando exclusivamente la capilla desde hace más de un siglo. Tentativas ya inútiles que no pueden hacernos obviar la necesidad de recuperar artísticamente uno de los conjuntos pasionistas no procesionales más destacados de la ciudad.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios