Seis años atrás iniciaba aquí un repaso por la imaginería pasionista jerezana no procesional, aquélla que por no salir a la calle nos pasa bastante desapercibida. Y una cuaresma más, retomo este sugestivo, y relegado, capítulo de nuestro patrimonio. En esta ocasión, hay que empezar con un nombre relevante de la imaginería barroca, Pedro Roldán.

Resulta contradictorio que un artista, cuya obra documentada en Jerez sigue siendo poco conocida, protagonizara en décadas pasadas variopintas atribuciones de imágenes de hermandades, todas ellas ya descartadas. Paralelamente a ello, la escultura a la que dedicamos estas líneas llegó incluso a presidir la Catedral. Se trata de un crucificado que, como defendieron Jácome González y Antón Portillo, puede identificarse con el que ocupaba el ático del antiguo retablo de Sala Capitular de la Cartuja y del que está probada la autoría del propio Pedro Roldán en 1677. Tras la Desamortización de 1835 llegaría a la Colegial junto a otras piezas, como los santos Hugo de Lincoln y de Grenoble, igualmente procedentes de este altar y que sí volvieron al monasterio tras la vuelta de los cartujos.

Este Cristo, en la actualidad conservado en la sacristía catedralicia, muestra un tamaño algo inferior al natural, una llamativa horizontalidad en sus brazos y una cruz pequeña que apenas excede de la silueta del cuerpo. Todo nos habla de una talla concebida para un espacio constreñido, como el remate de un retablo. Eso explica también que huya de virtuosismos y responda más a un correcto efectismo propio de una obra creada para ser vista en alto. El elegante sudario y, sobre todo, la cabeza, de expresión serena y marcada caída lateral, sí merecieron mayor detalle y traen a la memoria otras creaciones roldanescas.

Otro testimonio de la pasada grandeza artística cartujana, hoy perdida y dispersa.

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