En su fisonomía condensa la esencia de ciertas vírgenes procesionales muy conocidas. En cambio, esta María orante, pequeña, de talla completa, alejada de la devoción pública, repintada burdamente y con algunas mutilaciones, es una gran ignorada.

La sacristía de Santo Domingo fue concebida con monumentalidad y riqueza. Cuando en 1629 Antón Martín Calafate comienza a levantarla el referente era la sacristía de San Miguel, a la que imita con claridad. Las dos cajoneras tardaron, sin embargo, en completarse. Hacia finales del siglo XVII o principios del XVIII se realizan los vistosos remates acabados en espectaculares hornacinas. Una de ellas la ocupa nuestra imagen. La otra guardaba en su interior un Ecce-Homo, tristemente desaparecido, como sabemos por inventarios y una vieja fotografía. Sea como sea, lo más curioso del caso es que si la arquitectura de esta sacristía está influida por la de San Miguel, la posterior cajonería de esta parroquia toma como punto de partida esta de los dominicos en su diseño general e iconografía, volviendo a incluir las tallas del Ecce-Homo y la Dolorosa. Allí es Diego Roldán el autor de las mismas. En el convento las que se adivinan son las manos de un Ignacio López que, una vez más, actúa como creador de modelos que luego desarrollan imagineros locales de la siguiente generación.

De este último artista se habló mucho el pasado año con motivo de su 300 aniversario. Si hoy empezamos nuestra habitual serie cuaresmal sobre la imaginería pasionista olvidada por esta obra es porque, tras agotarse su primera tirada, el próximo 18 de marzo presentaremos a las 20.00 en San Dionisio la segunda edición del libro "El escultor Ignacio López y su época (1658-1718)". Un acto al que quedan invitados, si desean conocer algo más sobre el autor de esta recóndita Dolorosa de Santo Domingo y sobre su tiempo.

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