eSTAMOS inmersos en plena Semana de Pasión. Este año la meteorología, juguetona e impredecible como siempre, nos tiene con el alma en vilo, como recordando que en materia de azar y oportunidad no hay más dios que ella.

Pero si la Semana Santa es una de las citas del anual calendario litúrgico, lo que estamos viviendo en esta ciudad podríamos calificarlo de “Década de Pasión”. Tras el progresivo desmantelamiento del sector ligado a la industria vitivinícola, la crisis del año 1993 y el deterioro creciente de la principal empresa de la ciudad, el Ayuntamiento, Jerez vive, en estos instantes, uno de sus peores momentos, similar al de la epidemia de fiebre amarilla que asolara la ciudad a comienzos del siglo XIX, solo que en esta ocasión la “mortandad” se debe a un virus, si me apuran, aún más letal: el paro y la continua precarización de la vida ciudadana.

El anuncio realizado el pasado viernes por el gobierno municipal de realizar un Expediente de Regulación de Empleo (ERE, otra de las nuevas palabras que se ha hecho cotidiana en nuestro vocabulario gracias a la crisis) que afectaría a casi cuatrocientos trabajadores, puede ser la gota que colme el vaso. Así, un 25% de la plantilla municipal estaría llamado a engrosar las listas del desempleo, con las repercusiones económicas que ello tendría para el conjunto de la economía de la ciudad.

Los momentos de crisis y angustia son instantes en los que hay que buscar culpables, chivos expiatorios a quienes responsabilizar de la situación. Basta para ello mirar los comentarios que los internautas hicieron días atrás a la noticia. Se responsabiliza a políticos, a sindicatos, a partidos, a trabajadores que aún “disfrutan” de un puesto de un trabajo, en definitiva a cualquiera que no se encuentre en la situación de precariedad que sufre una parte importante de la población. El problema, a mi entender, es que vivimos en la sociedad que todos hemos modelado, con mayor o menor responsabilidad, pero todos, repito, todos hemos contribuido a hacer. En más de una ocasión he dicho que no es casualidad que los pícaros, como “El Lazarillo”, aparezcan en la literatura española y no en la luterana Alemania o en la flemática Gran Bretaña. Por algo será.

Cuando una sociedad pierde sus referencias, naufraga en una engañosa opulencia, olvida los modelos de virtud (los paradigmas que a lo largo de la Historia han guiado los comportamientos colectivos), ocurre lo que ocurre: todos, llevados por un malsano primitivismo, nos lanzamos por la senda del consumo creyendo que esto es jauja. Hoy sufrimos las consecuencias del “imperialismo del consumo” que, con nuestras actitudes, hemos fomentado y hecho crecer.

Lo cierto es que en esta “Década de Pasión, la gloriosa exaltación de la Resurrección, o sea la victoria sobre la muerte de la crisis, aún queda lejos. Y como en la Biblia, son los “Santos Inocentes” los que más sufren sus consecuencias a manos de los nuevos “Herodes”. Ojalá que de esta salgamos pronto, reconvertidos, no solo económicamente, sino también moralmente.

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