Lo que más me gusta es su nombre, como de boxeador antiguo. Y es que me lo imagino en los carteles: gran combate entre Quim Torra y Dinamita Márquez por el título de los superligeros. Y luego los titulares: Mano de Hierro Quim tumba al aspirante en el primer asalto; la apisonadora de Blanes vuelve a noquear con su gancho de derecha… Por eso a lo mejor estamos siendo injustos al criticar las opiniones que el nuevo presidente de Cataluña tiene sobre los españoles (cuando nos llama sinvergüenzas, ladrones o malas bestias) sin tener en cuenta que muchos boxeadores, de recibir tanta leña, acaban un poco sonados.

Bien mirado, es digna de admiración esa capacidad de los nacionalistas para tener siempre las ideas claras. Porque un nacionalista sabe en cada momento qué vino toca pedir, con qué nombre hay que bautizar al primogénito y cuál es la virgen exacta a la que rezar. No conforme con eso, Quim Torra afina más, pues sin necesidad de conocer a alguien personalmente, con sólo saber cómo se llama, ya se hace una idea exacta de su valía, porque como usted comprenderá, no va a ser igual apellidarse Milá que tener la tara de haber venido al mundo llamándose Rodríguez.

Gracias a los artículos que ha publicado, sabemos de primera mano lo que opina este señor de quienes no tienen la suerte de hablar catalán. Es curioso eso de medir la inteligencia fijándose antes en el idioma que se maneja que en lo que se dice con él, porque con ese criterio rocambolesco, siempre será más digna una gilipollez dicha en catalán que otra cosa dicha como la diría Quevedo.

Bien es verdad que Torra se ha disculpado por sus continuos insultos a los españoles. Y que lo ha hecho de la mejor manera que sabe: acusándonos de torpes por no saber captar la sutileza de su ironía cuando nos llamaba carroñeros y tarados, o cuando nos recordaba que la raza catalana es científicamente superior (ideas todas ellas de un sarcasmo tan fino que difícilmente sabríamos pillarlo).

Además de sutil, lo que no se le puede negar al nuevo president es que juega con las cartas boca arriba. Después de marear con cursiladas como aquello de la "revolución de las sonrisas", por fin las esencias nacionalistas han salido a relucir gracias al genio de Quim Torra, que se deja de diplomacias a la hora de llamar al pan, pa, y al español, bestia inmunda, volviendo así al discurso de la pureza de sangre y de la raza, tan propio del nacionalista, por mucho que tontee con repúblicas y progresismos de salón.

En momentos de cacao mental, se agradece la transparencia de este individuo. Y aunque no parezca el personaje idóneo para gobernar a todos los catalanes (porque servir a unos ciudadanos que te producen asco no es lo más recomendable), lo cierto es que la causa independentista se ha desnudado de una vez ante las cámaras.

Como aquel amigo mío, que decía orgulloso que el mejor gol de su vida lo había metido en propia puerta, yo también creo que estamos ante el mejor gol que podría meter jamás el nacionalismo. Y por eso lo estoy celebrando. Pero además a lo grande.

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