doble fondo

Roberto Pareja

Pedraz, ponte la peluca

NO cabe duda de que la condena que han suscrito por unanimidad los siete magistrados del Supremo por ordenar las escuchas de las conversaciones que mantuvieron en prisión los cabecillas de la trama de Gürtel con sus abogados merece todos los respetos, sólo faltaba que los legos en derecho osáramos cuestionar sus doctas y sesudas resoluciones, aunque esos señores tan sabios como circunspectos y siempre maza en ristre en el imaginario colectivo que recrean las películas americanas también son humanos y, por tanto, candidatos a sucumbir a bajas pasiones como la venganza, la envidia, la prepotencia...

Once años de inhabilitación por vulnerar el derecho de defensa "admitiendo prácticas de los regímenes totalitarios". Ante tamaños desmanes, casi mejor poner a este juez fuera de la circulación y aquí paz y después gloria, como diría Esperanza Aguirre, que hablaba ayer de "triunfo del Estado de derecho", quizá con la dimisión de tres de sus diputados por sus trapicheos con Gürtel en la retina. Para colmo, el juez estrella ahora estrellado también está imputado por atreverse a investigar los crímenes del franquismo, otra imprudente iniciativa por la que la acusación, que ejerce el sindicato ultra Manos Limpias, reclama otros veinte años de inhabilitación.

Todo esto evoca la resultona y ya casi desterrada frase de usted no sabe con quién está hablando, que se empleaba tanto en una discusión tabernaria como en cenáculos de fuste con esa prepotencia que deriva del mando en plaza sin cabeza, así que a Garzón se le ha caído el pelo y se va a enterar de lo que vale un peine, valga la paradoja, como esa de que ahora tenga que pagar las minutas de los abogados de Francisco Correa y compañía. La sentencia es ejemplar, que ustedes no saben con quién están hablando, que éstos hasta se comen con patatas a los jueces.

El facineroso soniquete también planea sobre otro bizarro compañero de fatigas de Garzón, el instructor del caso Palma Arena, José Castro, también caído estos días en desgracia y en el punto de mira del Consejo General del Poder Judicial -y quién sabe si de ese peluquero mandamás que te quita el cabello a tiras- por las filtraciones del sumario en el que investiga al yerno del Rey de España.

Ante este panorama, el juez Santiago Pedraz ya puede ir buscando peluca si no atempera esa vocación de matagigantes que también le caracteriza con su decidida actuación contra los tres militares del Ejército de los todopoderosos Estados Unidos de América a los que ha procesado por la muerte del cámara José Couso en Bagdad. Y que se aplique el cuento José Flors, otro juez temerario que osó llevar al banquillo al a la postre inocente Francisco Camps.

Usted no sabe con quién está hablando, cuidadín que se le cae el pelo, mire cómo ha acabado Garzón, que coleccionó enemigos a diestro y siniestro, como Arnaldo Otegi, otro de los que brindaron ayer en la cárcel por la caída en desgracia del justiciero. Pero que no cunda el pánico. Estamos sobrados de buenos jueces. Como Francisco Javier de Urquía, readmitido en la carrera judicial tras 21 meses de suspensión por recibir sobornos en Marbella.

Las comparaciones son odiosas, como los risueños justicieros que presumen de manos limpias.

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