La construcción del Estado moderno (el democrático también) no hubiese sido posible sin sus servicios de información e inteligencia (los espías, para entendernos). Cuando al general Manglano (histórico director del Cesid felipista y pieza fundamental en la consolidación de las libertades en España) le reprochaban que investigase a sus propios compañeros de armas con veleidades golpistas, como si fuese un vulgar huelebraguetas, éste recordaba la cantidad de dosieres que tenía en el cajón y que sólo usaría en el caso de que fuesen estrictamente necesarios para asegurar el orden constitucional. El espionaje del Estado es una herramienta fundamental para garantizar la seguridad de los ciudadanos y sus instituciones, pero también un arma muy peligrosa si no se usa con decencia, por lo que es muy importante que al frente del mismo estén personas de reconocida solvencia intelectual y moral, que hayan demostrado durante décadas su vocación de servicio al Estado y la nación. Los generales Manglano y Félix Sanz, aún con sus equivocaciones, lo fueron. De otros no se puede decir lo mismo.

No terminamos de entender la polémica que algunos políticos y medios ajenos al independentismo quieren montar con el presunto caso de espionaje a los líderes del procés. Lo mínimo que se puede exigir a un Estado democrático es que investigue y controle a aquellos que quieren destruirlo, que conspiran para vulnerar las libertades y la soberanía de los ciudadanos. El problema de los servicios de información del Estado (tanto el CNI como los de Policía y Guardia Civil) en la intentona catalana no fue el espionaje a unos delincuentes y sus camaradas, sino precisamente lo contrario. Se quedaron cortos. El Estado español tuvo que aguantar la vergüenza de ver cómo era burlado una y otra vez, desde el asunto de las urnas hasta la fuga de Puigdemont. Faltó información porque faltó espionaje. El resultado ya vimos cuál fue, una crisis que puso a España y a su democracia al borde del abismo. No debe volver a ocurrir. Imaginamos que para eso está Pegasus.

En la política, como en la vida, hay zonas y momentos que, como en los agujeros negros que estructuran el universo, no rigen las normas habituales. El procés fue -sigue siendo- uno de ellos. Quien diga la contrario o es un iluminado bobalicón -un Bambi, que diría Rajoy-, un cínico con intereses inconfesables o, simplemente, nunca ha tenido responsabilidades de Estado.

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