EL presidente, y candidato a lo mismo, Rodríguez Zapatero ofreció ayer un aumento de las ayudas a las familias por la vía de aumentar el mínimo de renta por debajo del cual se tiene derecho a percibirlas. Una medida de las denominadas "sociales".

Ha sido la primera reacción a la oleada de ofertas electorales lanzada por Rajoy en los últimos días sobre un sustrato que seguirá siendo el eje central de su discurso (terrorismo, crisis económica). En los últimos días el PP ha acaparado la atención nacional con sus propuestas acerca de la inmigración, la seguridad ciudadana y la política de menores.

Son propuestas semejantes a las adoptadas por los conservadores europeos y que van en la línea del endurecimiento del Estado, en sus distintas formulaciones y mecanismos, hacia los delincuentes y los inmigrantes. No es cierto que sean propias de la ultraderecha antidemocrática. Responden, con mayor o menor fortuna, a problemas reales de las sociedades desarrolladas y, ya desde el punto de vista puramente electoral, se orientan a arrancar votos entre los sectores populares. Son, en efecto, los habitantes de los pueblos y las barriadas urbanas de clase baja y media-baja los que padecen especialmente el incremento de los actos delictivos y el deterioro de la convivencia asociado a los menores conflictivos y los inmigrantes no integrados. Problemas que exigen respuestas o, de lo contrario, tienden a la pudrición.

El PSOE ha hecho mal en replicar al monopolio del debate público conseguido por Rajoy con soberbia ciega y descalificaciones. Ha podido dar la impresión de que no se sentía aludido por su adversario. Como si se dijera a sí mismo que Zapatero lo ha hecho todo tan bien que no necesita ofertar nada a los electores sobre problemas que, además, se estiman inexistentes. Aparte del icono de las cejas de ZP ideado por los artistas para dar impacto visual a su acto de apoyo a Zapatero -inobjetable en su contenido, deleznable en su presentación-, los socialistas no han contraatacado más que con insultos. Pero no es con insultos como convencerán a los ciudadanos para que los respalden otra vez en las urnas -como mucho, excitarán a los convencidos más primarios-, sino con argumentos, compromisos y soluciones a los conflictos reales que se han detectado.

La rectificación que suponen las nuevas ayudas familiares invita a reconducir el debate preelectoral, y conviene al propio PSOE. La preocupación por la familia no es de derechas ni la suerte de los barrios periféricos está patentada como interés de la izquierda. El interclasismo y la transversalidad se presentan, en la compleja sociedad contemporánea, como requisitos ineludibles para todo aquel que pretenda gobernar.

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