¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Pemán y Alberti

Un concejal ha decidido quitar el busto de Pemán de su casa natal, en breve comenzará la quema de sus libros

En las paredes de este periódico colgó durante muchos años una foto en la que Pemán y Alberti se saludaban con afecto, el momento previo a un abrazo. Tuvo que ser en carnavales, porque el portuense estaba disfrazado de marinero, mientras que el gaditano iba vestido con la formalidad de los señores de orden de aquella época. Como buen gaditano, a Pemán le gustaban los carnavales, pero no quería que se enterasen sus cuñados, miembros de la flor y nata de Jerez, una de esas ciudades bajoandaluzas donde siguen latiendo algunos rescoldos de la sociedad envarada y estamental del Antiguo Régimen. Por cierto, dicen que fue Ramón Carranza el que convenció a Franco de que levantase la prohibición de los carnavales. Lo hizo en una cacería, porque muchas de las cosas importantes en la política española, desde Alfonso X hasta Juan Carlos I (punto y final) se lograban en esas jornadas cinegéticas de las que Berlanga nos dejó un relato cachondo y ácido en La escopeta nacional. Ahora los pactos y componendas se hacen al trote cochinero, lo que los políglotas (que tanto abundan) llaman running, una de las herencias envenenadas que dejó Aznar y su vigorexia. Al menos, su antecesor en el partido conservador, don Manuel Fraga, pudo presumir de haber llenado de perdigones el culo de la hija de Franco, la marquesa de Villaverde, en un conocido accidente de caza. Otros sólo pueden fardar de una plusmarca y un chándal de marca. Pero volvamos a la foto de Alberti y Pemán. Lo que llama la atención es que estos dos hombres, tras vivir con pasión y profundo compromiso la Guerra Civil, cada uno desde su trinchera, fueron capaces de reencontrarse al final de sus vidas, como hicieron muchísimos españoles de su generación. Probablemente, a ambos se les puedan reprochar muchas cosas desde nuestra cómoda poltrona de 2020, tanto a Alberti, aquel rojo chequista que no renunció al comunismo pese a las evidencias criminales, como a Pemán, cuya pluma justificó la dictadura en los momentos más sangrientos de la represión. Con el tiempo, el marinero en tierra evolucionó hacia el eurocomunismo, y el señorito calatravo al monarquismo liberal. Ahora, sin embargo, el edil gaditano de "Memoria Histórica" (de sólo media España, habría que añadir) ha decidido quitar el busto de Pemán de su casa natal (en breve, imaginamos, comenzará la quema de sus libros) por su pasado franquista. En fin, poco más que decir, el acto se define por sí solo. Si fuésemos carnavaleros, aprovechando el anonimato de la masa disfrazada, gritaríamos un clásico: "concejal, váyase usted al carajo". Pero no se nos ocurre. Sería muy poco pemaniano.

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