Habladurías

Fernando / taboada

Perecederos

LO llamaban El Normal. Íbamos por entonces al instituto, y de la pandilla nuestra, el que no llevaba imperdibles en las solapas, gastaba un pendiente (entonces se ponían en las orejas) o usaba pantalones a cuadros, o se había teñido el pelo de un color imposible. Pero él no. Él iba con sus vaqueros de siempre y sus camisas de rayas. No llevaba tirantes ni flequillos estrafalarios. Por eso destacaba tanto. Porque tanta normalidad lo convertía en un bicho raro.

Como ser muy normal es algo verdaderamente pintoresco, yo entiendo que nuestros políticos en campaña se afanen en aparentar que son gente del montón y que hacen lo que hace todo el mundo. Así es como mejor se llama la atención. De ahí que no sea extraño ver a los líderes, lo mismo de izquierdas que de derechas, veteranos o pipiolos, esforzándose estos días por mostrarse con una naturalidad bien calculada.

En esta competición por demostrar quién es el candidato más normal, hacen casi cualquier cosa con tal de resultar cercanos: juegan al futbolín, a la petanca o al tute subastado. Reparten besos al primero que pase por su jurisdicción (que tiene que ser algo que hacemos el resto de los mortales en nuestra vida cotidiana.) Bailan los ritmos regionales sin sacrificar la dignidad parlamentaria y se atiborran de platos típicos (perdiendo, aquí sí, algo de esa dignidad), pero todo ello en aras de una campechanía razonable y evidenciando en todo momento que tener firmes convicciones ideológicas no está reñido con zamparse un papelón de churros en un merendero.

El colmo de la normalidad debe radicar en la compra de productos perecederos. Si no, no se explicaría que los candidatos a presidir el Gobierno de la nación muestren tantísimo interés estos días en visitar mercados de abastos para retratarse con las verduleras mientras les pesan unas mandarinas, o mientras les ponen en la pescadería un kilo de boquerones bien despachados.

Es curiosa esta fijación por los mercados de abastos. Habiendo como hay otro tipo de comercios, nunca se les ve hacer campaña ni en las peleterías ni en una ortopedia. A las casas de empeños, tan de moda en los últimos tiempos, me las tienen olvidadas. Y de visitar una caja de ahorros, ni hablar, con el juego que da luego una caja de ahorros a la hora de hacer política.

Aunque no quepa tanto público como en una plaza de toros, pronuncian sencillos mítines en bares de barrio y en plazoletas, en mercadillos ambulantes y en peñas recreativas, y así dejan claro que para convencer a los votantes ya no hace falta tirar la casa por la ventana, que es lo que se hacía antiguamente, cuando las financiaciones ilegales de algunos partidos permitían unos dispendios que dejaban con la boca abierta.

Y no es que esté mal que un candidato a presidente sepa jugar bien a los futbolines o comprar mandarinas. Es más, podría ser de enorme interés para los ciudadanos. Lo será seguramente cuando para gobernar países lo importante sea jugar muy bien al futbolín. O comprar mandarinas en la plaza.

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