Periodo de reflexión

Existe una sociedad civil andaluza, cuya opinión habría que rescatar, abriéndole los despachos de las instituciones

En el actual traspaso de poderes, el desembarco del nuevo gobierno de la Junta parece llevarse a cabo de forma discreta, sin estridencias ni prematuros ajustes de cuentas. Lo cual ayuda a que se perciban los cambios, desde la calle, con normalidad. Se consigue así dar un democrático buen ejemplo. Posiblemente, han debido contribuir a esta contención temporal la escasa familiaridad con los engranajes administrativos de los llamados a gobernar y la propia dificultad de los partidos en los reclutamientos personales para los cargos. Se han evitado así precipitaciones en una labor ardua que será observada muy de cerca, tanto por los que ansían grandes reformas, como por los que acechan, escaldados, las primeras equivocaciones. Por eso, este periodo de tanteo y reflexión es aceptable y comprensible.

Pero aún cabría redondear mejor este compás de espera, convirtiendo lo que ha podido ser una necesidad en llamativa virtud. Tal como si se empleara este tiempo en conocer cuál es la voluntad de los andaluces, escuchando unas opiniones poco buscadas por los anteriores gobiernos socialistas. Encerrados con pocos juguetes y en la soledad de sus despachos, estos últimos, han ignorado, con cierta altanería, que las calles andaluzas tienen vida todo el año (y no sólo en época de elecciones). Ese comportamiento autista no debería repetirse: es el gran peligro de los despachos alfombrados. En estos días, en Francia, se vive un inesperado vapuleo. Y Macron ha debido descender, humillado, y abrir (sin saber cómo) un viejo y gran debate, siempre postergado, con gente anónima a la que había olvidado. La lección es evidente, incluso para Andalucía. Y los nuevos gobernantes de la Junta podrían reflexionar si este periodo de latencia institucional no sería el adecuado para abrir, poco a poco, modestamente, otro debate que esta tierra aguarda desde hace años. Existe una sociedad civil andaluza, cuya opinión habría que rescatar, abriéndole los despachos de las instituciones. Establecer unos canales que permita escucharla (hay que inventar, además, y eso es muy estimulante, el mejor medio para hacerlo). Es bueno aprender en cabeza ajena, porque estas reacciones, en otras latitudes europeas, sólo aparentemente espontáneas, van a extenderse. Por tanto, antes de encerrarse en sus despachos a leer informes y calibrar presupuestos, quizás a estos nuevos gobernantes les convenga tender puentes y conocer lo que se piensa, lo que se espera de ellos, por las diversas tierras andaluzas.

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