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Pilar

La fiesta cae en el Pilar porque es mucha carga la que hemos tenido que aguantar los españoles

Da un poquito de rabia que una fiesta caiga en sábado. Cuando lo hace en domingo, se pasa con todos los honores al lunes, y todos tan contentos. O incluso más, porque el domingo -sin la melancolía del fin del fin de semana- se expande. Pero una fiesta en sábado, con permiso de sus beneficiarios, se desperdicia, redundante sin remedio.

Aprovechemos ese fastidio para celebrarlo, como un eco de lo que celebramos hoy, día nacional y, por tanto, de la Hispanidad. Como colectividad, los españoles nunca hemos estado tampoco unánimemente satisfechos de nuestra identidad, tan discutida. Recordemos los inmortales versos del catalán Joaquín Bartrina: «Oyendo hablar a un hombre, fácil es/ acertar dónde vio la luz del sol;/ si os alaba Inglaterra, será inglés,/ si os habla mal de Prusia, es un francés,/ y si habla mal de España, es español».

Esto, que me irritaba un tanto, cuando volví de pasar unos días en Inglaterra oyendo a todas horas a los ingleses decir lo superior que era Inglaterra, me pareció, por fin, más elegante y, sobre todo, mucho más simpático. El autobombo termina explotándoles en la cara de tanto manosearlo.

Las razones históricas de ese sentimiento son muchas, muy hondas y no caben en las estrecheces de una columna de prensa. El último libro de Elvira Roca las explica. Lo que quiero señalar es que, curiosamente, esa incomodidad nos puede venir muy bien para el actual momento histórico, como una vacuna.

Los españoles que amamos a nuestra patria hemos tenido que convivir con críticas continuas y con un bajo continuo generalizado de falta de aprecio a la obra histórica y cultural de nuestros antecesores. La fiesta cae en el Pilar porque es mucha carga la que hemos tenido que aguantar. De alguna manera, hemos ido desarrollando anticuerpos.

Lo que nos fortalece ahora, cuando esa crítica corrosiva ya no es sólo contra España, sino contra la civilización occidental y la tradición europea, fruto de Roma, de Jerusalén y de Atenas. Otros países más acostumbrados a la autoestima serán más vulnerables a la crítica corrosiva, y lo están siendo. En España estamos entrenados a sufrir embates identitarios y dudas sobre la esencia misma de nuestras raíces. Al resto de los europeos les podríamos explicar bien cómo se sobrelleva. La fórmula es una mitad de indiferencia y otra mitad de aprovechar las críticas para contestarlas con la verdad histórica y con un amor invulnerable.

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