MALOGRÓ el examen de las urnas y ahora pretende revalidar su liderazgo sometiéndose a un nuevo veredicto. Esta vez de sesgo interno. El líder del PP se siente con fuerzas para liderar a su partido otros cuatro años de oposición y concurrir a las próximas generales. Pretende conseguirlo anudándose a la cintura a su partido. Y como las formas facilitan el camino, no seguirá sin dar antes la palabra a las bases del PP y a sus miembros. Es la fórmula interna más democrática. En las antípodas de la vía por la que fue designado para renovar la mayoría absoluta que heredó del ex presidente Aznar.

El XVI Congreso Nacional ratificará su gestión perpetuándole en el timón del PP o escojerá sucesor. Opción ésta más improbable dada la fuerte unidad interna de la que hace gala el PP, su máxima seña de identidad. Inverosímil también porque las presumibles alternativas, las que encarnarían Gallardón, Aguirre o Camps, se desvanecen ante la insuficiente proyección pública de sus cargos y la dificultad de rivalizar cara a cara con Zapatero. Ninguno tiene escaño en el Congreso.

Rajoy se presenta a la reelección interna porque la segunda derrota consecutiva ante Zapatero no le ha noqueado. La primera, hace ya cuatro años, estuvo al borde de hacerle desistir. El batacazo electoral de 2004 le afectó de tal manera que sus apariciones y desapariciones públicas, cual Guadiana, desconcertaban. Entonces no lo veía claro.

Cuatro años después, ha acumulado más derrotas, seis en total, pero también confianza. ¿Qué es lo que ha determinado su intención de continuar?. Rajoy es consciente de que su figura no levanta recelos y que tampoco cuenta con detractores, o si los tiene son minoría. Los barones regionales con más peso ya le han trasladado públicamente su lealtad.

La cuestión estriba ahora en los rostros de los que se hará rodear y en si promoverá o no una renovación de caras.

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