Estos días pasados, después de terminadas las Navidades y su bulla consumista, tuve que hacer un regalo - uno más tras los muchos de los Reyes -. Como casi siempre, lo mejor un libro. Y de los mejores, un clásico: El Conde de Montecristo. Lo llevo regalando muchos años; se lo leía a mis alumnos; se le recomiendo a todos y hasta le pido a mis amigos viajeros que me lo traigan en otras lenguas. Es para mí una obra redonda, una joya auténtica, que amo con pasión. Los que me conocen lo pueden constatar. Estaba fuera de Jerez, era ya tarde y, además sábado. Las librerías habituales estaban cerradas. ¡Vaya por Dios! Como el regalo era para el día siguiente encontré la solución: un centro comercial. En el primero no lo tenían. Mala suerte. Probé en el segundo y apareció el problema. A mi pregunta de si tenían el libro, ¿cuál fue mi sorpresa? La señorita dependienta de la sección de Librería, joven ella, me dijo con toda la naturalidad del mundo: ¿De qué autor? ¡Dios Mío! ¿Qué quién era el autor del Conde de Montecristo? Le dije: ¡Déjelo, es igual! Un establecimiento de una ciudad importante, muy importante, donde se venden libros no saben quién es el autor del Conde de Montecristo. Me pregunto qué cara hubiera puesto si le hubiese pedido "Los Versos Satánicos". Este es el producto de nuestro sistema educativo -aparte de la poca visión comercial para distribuir a sus vendedores de los responsables del establecimiento-.

Ahora que han desposeído de su función en la portavocía del Consejo de Ministro a doña Isabel Celaá, otra vez Ministra del ramo, a lo mejor tiene tiempo de mirar más por la Educación y sus sistemas de enseñanza. Y después dicen que el Informe PISA es exagerado. ¿El Informe PISA? , ¿lo qué? Déjelo, es igual.

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