Cuentan que los primeros que se tatuaron sus cuerpos fueron los marineros que cruzaban e Cabo de Hornos; aquella parte lejanísima donde se creía que acababa la tierra y que traspasarla suponía la más difícil de las aventuras. Los que lo conseguían lo grababan para eternizar su logro. Después el recorrido de los tatuajes fue de lo más dispar. Ahora, es una moda impenitente que se ha extendido como mancha de aceite. Los jóvenes y los que no lo son tanto se tatúan, a veces inconscientemente y con dibujos y expresiones de pésimo gusto. No entiendo el amor desmedido por los tatuajes; no concibo que bellos cuerpos - de ellas y de ellos - aparezcan cubiertos con estéticas de manifiesta pobreza artística. Además, la mayoría de los jóvenes que se tatúan siguen modelos de muy pobre naturaleza, casi siempre motivados por esos ídolos esquivos - futbolistas, sobre todo - que dejan entrever su manifiesta inclinación hortera. Y de ahí, nos encontramos lo que nos encontramos, con fórmulas que dañan la vista. Conozco a una chica estupenda, encantadora, con un corazón maravilloso, dispuesta a ayudar a los demás, amable... pero con los brazos y parte del cuello totalmente tatuados. Un horror. El otro día la veo por la calle y me dice: me he tatuado un cuadro de los que a ti te gustan. Me eché a llorar cuando vi aquello que, según ella, era el retrato de Frida. A mí me pareció que se trataba, más bien, del Grito de Munch. Desde entonces, no le hablo. Claro que, todavía, fue peor, cuando me encontré en el tren a una oronda señora, ya entradita en años, de espalda escotada, que llevaba tatuado en la misma: VIVA LA ESPERANZA DE TRIANA CORONADA REINA DE LA CALLE PUREZA junto a una supuesta cara de la Dolorosa sevillana. Ante tal atentado la condena, merecía por lo menos, arresto domiciliario permanente y revisable.

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