HABLANDO EN EL DESIERTO

Francisco Bejarano /

Pobres, pero libres

EL pensamiento progre y pobre, casi homófonos y casi iguales, no desiste de echar la culpa de la situación económica a los mercados, como si los mercados fueran entes incontrolados, como las catástrofes naturales o los monstruos fabulosos. Según mi economista de cámara, las crisis económicas se resumen en dos, como los mandamientos de la ley de Dios: coyunturales y estructurales. Ha sido así desde que los primeros hombres vieron la conveniencia del trueque: unos tenían pieles de sobra y otros, además de frío, habían aprendido a cultivar trigo primitivo con tal maña que también les sobraba. Como la Humanidad nunca ha sido tonta, aunque esté compuesta por individuos más bien torpes, está claro lo que hacían con sus bienes. Podía darse una mala cosecha y escasear el alimento básico, sin que el agricultor perdiera el crédito y viviera hasta la próxima en una crisis coyuntural; o podía darse que escaseara la caza y los cazadores emigraran para no volver, dejando tirados a los agricultores, que no podían moverse. Se presentaba, entonces como ahora, una crisis estructural.

Llegada ésta, había que ingeniárselas: cambiar los cultivos, inventar los tejidos, irse a otras tierras, buscar otros tipos de cereales y de pieles, todo menos cambiar el sistema eterno: yo te doy trigo y tú me das pieles, o yo te pinto la cueva de Altamira y tú me traes la comida a la puerta al mediodía, o yo te quito los piojos mientras tu vas perfeccionando el peine piojero. Ni que decir tiene que el hombre buscaba explicación a la mala cosecha o a la falta de caza: seres maléficos, dioses caprichosos, chivos expiatorios, y hacían ritos y ceremonias para conjurar los males. Igual que hoy, porque el hombre es el mismo de entonces: los seres maléficos son los mercados y la especulación, y los rituales pasan ahora por llenar las plazas de jóvenes hirsutos u organizar revueltas para hacer rogativas e impetrar un cambio de Sistema.

La desigualdad de los seres humanos es una consecuencia de la libertad. Ni los Estados ni los gobiernos están para hacernos iguales, sino para moderar y evitar abusos, para solucionar los conflictos entre ciudadanos libres. Si fuera posible que todos de consuno renunciáramos a la libertad para crear un Estado paternalista, es posible que se instaurara el sistema arcangélico que le gustaría al pensamiento progre y pobre. No va a suceder jamás. La especie humana está dispuesta a todos los sacrificios imaginables, y lo ha demostrado, menos a la renuncia de sus libertades naturales, entre otras cosas porque no puede ni sabe, porque no existe ese acto de voluntad, pues tendría que renunciar primero a su condición humana para poder renunciar al mismo tiempo a sus derechos humanos y divinos.

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