La nicolumna

nicolás / montoya

Pocas luces

AQUELLO de lo que por sus actos los conoceréis es una verdad como un templo. Santa Claus se ha vuelto escaldado de lo que ha visto por aquí en estos días, pero sobre todo, por lo de hoy jueves, el día de los derechos humanos. La colleja de algún presidente del gobierno a su propio hijo ha tenido más transcendencia de la que parece a primera vista. Denota falta de sintonía, poco diálogo y un inconmensurable punto de violencia hacia el humano más débil. Una actitud reprobable, que en público tiene un halo de caciquismo casposo y que en privado es de vergüenza. La educación de quienes atesoran mentiras mientras con cara de corderitos llegan a ser objeto de culto, es el peor perfil de cualquier descripción. Lo sangrante, es que se vaya de tierno cuando en realidad se es un provocador. Algo está fallando, sobre todo porque el dolor de cuello de un crío, el golpe a traición, la violencia a mujeres y abuelas, el tener que escuchar gritos, es una realidad aunque no queramos. Los niños y niñas de nuestro país están haciendo un máster de política corrupta tergiversada y de una justicia politizada de unos partidos políticos más interesados en sus ingresos que en actuar para lo que existen. Sobre todo, están conociendo personas metidas a políticos en los que la violencia de todo tipo está en sus genes, de manera que poco futuro pacífico podemos esperar de estos tipos de personas. Aquí, en París y en Siria. Los críos siguen viendo a su alrededor unas reglas del juego poco edificantes y muy cercanas a dictaduras emocionales. Claro que una colleja llama la atención por quien la hace, pero es más grave quien la recibe. Se empieza por una, y se acaba poniendo bombas.

Hartos de poner la otra mejilla, estamos asumiendo las collejas de todo tipo que, a diario, nos dan. Mientras, preocupados por la pobreza del alumbrado navideño de nuestras calles.

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