Es un clásico del profesor de bachillerato y de FP. Un día, porque hubo medio convocada por un sindicato fantasma de alumnos una huelga oficiosa a cuento de nadie sabe qué o porque no se hizo puente o por el final del trimestre, el profesor se encuentra la clase casi vacía. Con cuatro o cinco alumnos. Es una situación difícil de gestionar. Los alumnos piden que no des clase, pero sabes que luego protestarían airadamente de haber ido al instituto para nada si les pones un vídeo y no das esa clase teórica que ellos te están insistiendo hasta la saciedad que no des, por favor. Si la impartes, desesperan; y envidian de pensamiento y de palabra a los alumnos que decidieron no acudir. Tu voz adquiere eco de cueva. El reloj parece petrificado.

Con los confinamientos del coronavirus y los miedos y desconciertos aparejados, nos encontramos más veces en esa tesitura.

Entras en clase y los seis alumnos que han venido te dicen cariacontecidos: "Hoy no ha venido nadie". Obsérvese hasta qué punto ha calado el sistema mayoritario y la sublimación de la masa. El individuo se reconoce espontáneamente como "nadie". Yo entonces me delecto en contraatacar declamando a voz en grito a mi querido Heráclito: "'Uno para mí es diez mil, si es el mejor'. Somos, pues, 60.000; o 60.001 contando conmigo". Luego les animo (con variable éxito) a que estudiemos cosas que no van a caer en el examen, pero que son tan interesantes e importantes o más, si cabe; y encima son libres; además de que aprender por amor a la sabiduría siempre es mejor que sacar cualquier nota en un examen. ¿Y qué me dicen, qué, les digo, del privilegio de tener clases casi particulares, con un preceptor privado, como duques de antaño, eh?

Pero no venía a hablar de mis alumnos más que como analogía. Porque, mientras les decía estas cosas contra el reloj al ralentí, he caído en que ese sentimiento de desamparo y soledad de la clase casi vacía se parece mucho a cierto desánimo con la vida que a veces cunde entre la pandemia, la crisis y la mediana edad, como si no tuviésemos público y todos los demás estuviesen mejor que nosotros y anduviésemos perdiendo el tiempo y sospechásemos que donde estamos hoy no hay nadie o algo vagamente similar. También nos escuchamos como con un eco hueco. Entonces me he repetido lo que le digo a mis alumnos y lo que nos grita Heráclito. Y me ha servido. Quizá también a cinco o seis de ustedes.

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