Gafas de cerca

josé Ignacio / Rufino

Pocoyó, en concurso

CONOCÍ a una pareja que tuvo un hijo y, apenas dos años después, tuvo otros dos de golpe, todos ellos de voltaje alto, que sólo daban un respiro a sus atribulados padres cuando llegaba la hora de Doraemon -un gato robot que venía del espacio con su fraternal colega Nobita- en la televisión. Tan atribulados estaban eso padres novatos, y tanto apreciaban esos ratitos de paz que les regalaba el narcotizante manga japonés, que ella quedó embarazada de nuevo. Propusimos varios allegados que llamaran al nuevo fichaje María Doraemon, pero no prosperó la idea. Ese muñeco era el icono de los dibujitos de la generación de mis propias hijas también. Al final del túnel de mi tiempo, mis amigos y yo éramos más de pelota como objeto lúdico, de forma harto obsesiva, aunque había algunos niños afortunados que, además de balones, tenían no uno, sino varios mádelman, unos muñecos articulados nacidos para matar que he sabido que se fabricaron desde 1968 a 1983. Quizá la crisis de los 80, aquella en la que se produjo la traumática reconversión industrial española, se llevó por delante al fabricante, Madel.

Ahora el icono de la tierna infancia no es ya Doraemon ni Hannah Montana, y no digamos el mádelman o Pipi Calzaslargas, sino Pocoyó, un muñeco difícil de explicar que apasiona y mantiene quietos a los que se van emancipando de su condición de bebé en más de ochenta países del mundo. Pero la crisis, y no la moda y el propio paso del calendario, se va a llevar por delante a Pocoyó. Todo un símbolo de los tiempos. La casa del dibu plastilinoso, en buena parte española, ha presentado concurso de acreedores. La tempestad instalada -doblado el Cabos de Hornos, Dios mediante- no respeta nada. Otro rasgo muy propio de estos tiempos inciertos es confiarse a la Providencia, y en su defecto a la lotería, que aun no tocando nunca, consuela al tieso quince segundos de vez en cuando, como quien se pega un lingotazo terapéutico. Eso precisamente ha hecho el presidente de la empresa dueña de Pocoyó: José María Castillejo, que así se llama el hombre, ha decidido encomendarse "a la ayuda de Dios" en este asunto. Mientras que llega esa anunciada ley que ayudará a empresas viables pero asfixiadas por la deuda a sobrevivir, es posible que Pocoyó y su empresa, como tantas buenas empresas pequeñas y medianas, desaparezca. Cuando los símbolos de grandes y pequeños caen como dioses periclitados, siempre nos quedarán las pelotas. Éstas, si se pinchan, se sustituyen por otras.

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