Pokémon y los cistercienses

Una persona que se siente culpable, decía Séneca, termina por convertirse en su propio verdugo

S EGURO se acuerdan de aquel juego de realidad virtual que consistía en encontrar Pokémons allá por donde uno estaba. Te encontrabas en una reunión y descubrías que había uno bajo la mesa. Era inocuo, pero había algo en él que te advertía de lo que estaba por venir. Ahora el juego que cuenta con más seguidores consiste en encontrar los culpables de lo que nos ocurre. Su fórmula es la más eficaz para curar nuestros males, ya que una vez que descubrimos al responsable de la pandemia, la crisis económica, la última derrota de nuestro equipo o por qué no pasaremos el verano en un yate con nuestra persona más amada, nos sentimos sencillamente mejor, aliviados, porque el daño permanece, pero la culpa nos es ajena. Algo es algo.

Y como en todo thriller, la clave está en tener un culpable de nivel. No sirven las circunstancias, ya que las personas a las que les va bien normalmente se fabrican las suyas propias. Culpabilizar a "los demás" tampoco, porque las conjuras globales no existen y, además, cargar la culpa en ellos es tan humano como cobarde. Queda la suerte, pero todos sabemos que, aunque es un factor que juega, generalmente esconde problemas más de actitud que de fortuna. No, hay que encontrar un culpable, hacerle responsable de nuestras desgracias y combatirlo con energía. Sospecho que ese es el auténtico papel de los presidentes, los monarcas, los consejeros delegados, los guapos y los entrenadores. Una persona que se siente culpable, decía Séneca, termina por convertirse en su propio verdugo; y gracias a ellos lo evitamos. Así que en lo que nos toca la responsabilidad de que las cosas estén como estén es culpa de nuestros dirigentes. Y ya está. Encontrados los malos, fin de la historia y a otra cosa.

Pero cambian los presidentes, los jefes, las parejas, y todo continúa igual. Y entonces comenzamos a pensar que el primer error quizás no fuese culpa nuestra, pero el segundo sí por lo que, a base de repetirlos nos vamos volviendo responsables, aunque sea sólo por omisión. Como dijera el monje cisterciense Bernardo de Claraval, "la culpa no tiene que ver con lo que sentimos, sino con lo que consentimos". Hoy vivimos en un mundo irresponsable, que acepta con pasmosa tranquilidad las mentiras y la violencia. Todo vale porque en la realidad virtual todo es posible y poner impedimentos se define como atacar a la libertad. Los cistercienses construyeron bellísimas abadías, pero desconocían que un día sería posible llevar mascotas en el bolsillo y echarles la culpa de lo que nos sucede.

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