HAY mucha gente en este país que no votaría a un partido que apoya la eutanasia, que la celebra como una conquista o nuevo derecho mientras que la inversión en cuidados paliativos es ridícula. Otra montaña de gente piensa que la ley del aborto es un despropósito porque prioriza sin ambages una vida sobre otra dándole categorías diferentes en perjuicio siempre de la más débil, sin que exista ningún atisbo de política pública que apoye más a la vida que a la decisión de terminar con ella. Y no crean, no son personas raras ni extremistas, no anhelan tiempos pasados ni quieren una sociedad en blanco y negro. Son gente que vive al lado suya, que se la cruza cada día en el trabajo, en el bar o en su grupo de amigos. Sin embargo hemos llegado al esperpento de considerarlos ultras, pongan el pronombre que viene a continuación, católicos fundamentalistas, muy de derechas o extraterrestres.

Otra mayoría nada desdeñable acepta estas leyes sin mucho dolor de cabeza por diversos motivos, pereza mental, seguidismo, porque en esta clave se mueve la era postmoderna o porque están muy convencidos de que estos "nuevos derechos" son un avance para la humanidad. Ahora que está tan de moda hablar de polarización y de populismos de uno y otro barrio, cabe preguntarse por qué para ser moderado hay que apostatar de convicciones, creencias o de un inequívoco acervo cultural, por qué algunos son colocados en el extremo con tanta facilidad mientras que las conquistas del progreso humano las acaparan los que menos han contribuido a ella repartiendo credenciales de buenos y malos demócratas, los unos ciudadanos conformes con el sistema, los otros ultras sin remedio.

Más vale no resignarse, atravesar con dignidad el desierto en el bando de esta inmensa minoría dando guerra. Algún día amanecerá, aunque al sol hay que ayudarle a salir.

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