EL Ayuntamiento de Torrox, en Málaga, ha vivido días atrás una situación surrealista: tuvo que contratar a un vigilante privado para garantizar la seguridad del edificio de la Jefatura Local de Policía. Seguridad privada en el centro donde debe estar residenciada la seguridad pública. ¿No es un contradiós?

El motivo de tan singular iniciativa es que toda la plantilla de la Policía Local -34 efectivos en una localidad con 17.000 habitantes- se ha dado de baja en bloque, y coincidiendo con la celebración de las fiestas mayores del pueblo, lo que ha agravado el problema, hasta el punto de que la alcaldesa, Antonia Claros (IU), ha tenido que solicitar el auxilio de la Guardia Civil para preservar la seguridad y controlar el tráfico durante la feria.

¿Ha habido una epidemia en Torrox? Será una epidemia selectiva, puesto que no se conoce que haya afectado a otros colectivos torroxeños, sólo a la Policía Local. La mayoría de las bajas han sido producidas por gastroenteritis, aunque me inclino a pensar que la causa es, en efecto, una epidemia, pero una epidemia que no tiene su origen en el cuerpo de los guardias, sino en la mente. Es una epidemia de irresponsabilidad y frivolidad. La misma que viene afectando de un tiempo a esta parte a sectores de la Policía Local en ciudades y pueblos andaluces. Los brotes suelen coincidir con momentos de negociación de convenios, valoración y pago de horas extraordinarias y otras coyunturas reivindicativas. Es más oneroso declararse en huelga que darse de baja y seguir cobrando. Y más si puede uno disfrutar de la feria local.

Desde hace años los antiguos guindillas ignorantes, ninguneados y estólidos han sido sustituidos, afortunadamente, por jóvenes agentes que han ganado su plaza en oposiciones, más formados y mejor dotados físicamente para la tarea de asegurar el orden. Pero muchos de ellos no han unido a su profesionalización una actitud acorde con el servicio público al que se deben. Observamos en algunos de ellos prepotencia y engreimiento. Hemos visto agentes en ejercicio con el pelo teñido de violeta, manifestaciones ruidosas de madrugada, caceroladas a los alcaldes en sus domicilios particulares y comportamientos circenses que les hacen perder autoridad y respeto. Ninguna reivindicación, por legítima que sea, justifica hacer el gamberro o darse de baja mancomunadamente hasta dejar un pueblo sin policías (por cierto, ¿alguien investiga a los médicos que firman las bajas?).

Quizás no se dan cuenta de que su trabajo no es un trabajo cualquiera y que tiene más servidumbres que otro. La mayor: que la sociedad ha depositado en ellos su confianza para que garanticen los derechos de todos, que son más importantes que los suyos.

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