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Alejandro V. García

Pololos

CADA vez tengo menos dudas: si queremos una democracia lineal y auténtica, si de verdad queremos influir con nuestra decisión en el bienestar propio y el del país, los ciudadanos deberíamos elegir no a los parlamentarios o los gobiernos sino los cuadros directivos de Moody's, la omnipotente agencia de medición de riesgos que determina el comportamiento de los mercados y, por extensión, las políticas que han de aplicar los gobiernos del mundo occidental, incluidas las sociales y las salariales. Si pudiéramos elegir a los lechuguinos que por un ataque de sensiblería financiera rebajan la nota de deuda de Portugal al nivel de los bonos basura (aunque en su día les pasaran desapercibidos los auténticos bonos basura que llevaron a la quiebra a los bancos americanos) al menos nos quedaría el consuelo de participar de una forma remota y seguramente fingida en la política.

Pero es imposible. Las agencias de calificación las eligen los mercados y se rigen únicamente por el interés de los mercados y les importa un carajo (dicho sea con perdón) esa masa informe de gente que cree vivir en el mejor de los regímenes posibles pero a la que le han levantado la mitad de la paga extra de Navidad. El Gobierno luso también va a penalizar (se dice así, penalizar, como si fuera el correctivo a una conducta inmoral o desaforada) a las pensiones superiores a los 1.500 euros. Del mismo modo que los ciudadanos griegos han sido condenados a pagar un impuesto de solidaridad. Por no hablar, claro, de las penas indirectas que estamos pagando todos, especialmente los desempleados.

Hablando de gobiernos supranacionales: el FMI, en su afán de que no se repita el escándalo (ahora reducido a sospecha) de Strauss-Khan ha exigido a su nueva presidenta Christine Lagarde "normas éticas más severas". El fondo quiere que Lagarde cumpla "los más altos estándares éticos". Por supuesto es una gran mentira. Lo único que quieren en el FMI es que la nueva presidenta no seduzca a un camarero de hotel o se acueste con su secretario. Lo que el FMI entiende por ética gerencial es, digámoslo en un lenguaje atiplado, que la señora Lagarde no se prevalga de su poder para seducir a un cualquiera. El mundo financiero es así de voraz y por eso confunde deliberadamente las pautas sexuales con los principios éticos.

A ver ¿es ético que la señora Lagarde cobre 324.000 euros anuales, otros 58.000 para gastos no justificados, más las dietas de su pareja sentimental, un plus por gastos de ocio "razonables" y un plan de pensiones? Por supuesto no es ético pero moralmente es admisible. Admitámoslo: no es igual bajarse el sueldo que desajustarse los pololos.

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