Frustrada la continuación de las obras emprendidas por Francisco Ponce de León sobre la casa, no quedan testimonios documentales ni materiales que indiquen que sus hijos llevaran a cabo ninguna reforma de importancia. En cambio, ya en el siglo XVII, sí emprenden una intervención relevante su nieto Luis y su biznieto Francisco Jerónimo. Según declara este último en su testamento, fechado en 1643, la motivación fue la ruina de la zona principal del edificio, “que se venía a pique”. Los trabajos implicaron, además de reparos, la construcción de nuevas estancias y, sobre todo, acrecentar “el cuerpo de la casapuerta alto y bajo”. En efecto, la portada y su balcón superior participan del sobrio tardomanierismo de las primeras décadas del Seiscientos, lejos ya del decorativismo del primer renacimiento de la ventana esquinada.

Por último, en el XVIII hubo también algunas transformaciones. En 1757 Francisco Antonio Ponce de León y de la Cueva, compra una casa colindante en la parte trasera del inmueble, haciéndose por fin la familia con toda la manzana donde la vivienda se ubica. Décadas más tarde, la casa se encontraba, de nuevo, en un estado preocupante de conservación. Manuel del Calvario Ponce de León y Zurita decide reedificar en 1795 algunas dependencias, así como rematar la fachada levantada el siglo anterior con un pretil al gusto neoclásico, todo ello bajo la dirección del arquitecto José de Vargas.

Este próximo viernes 21 a las 18:00 en el Alcázar trataré estos y otros aspectos relativos a las tres moradas de esta estirpe en la ciudad, que vengo aquí comentando, en una charla dentro del ciclo “Un linaje para un reino: los Ponce de León”, organizado por el Ayuntamiento, la UPO y la Asociación Jerezana de Amigos del Archivo. Se complementará con una visita guiada la mañana del sábado. Quedan todos invitados.

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