Monticello

Víctor J. Vázquez

vvazquez@us.es

Populismo impopular

La clave populista española era nacionalista y reaccionaria. España nunca será Venezuela, pero podría ser Hungría

Lecturas de Gramsci y Laclau, la calle y el compás latinoamericano de una revolución, la bolivariana, interpretado como cante de ida y vuelta... Todo ello hizo creer a una generación que el populismo era la fórmula para crear el año cero en la cultura política española. La cuestión era diluir el eje izquierda-derecha y situar lo político en las claves de una nueva hegemonía cultural, transversal y definitiva; un peronismo mediterráneo lejos del cual no se saldría en la foto. El cielo, posible por asalto, era el fin, y el populismo la pértiga para alcanzarlo. Ahora bien, no hay populismo sin popularidad, y los universitarios, cenizos, exigieron al país una enmienda general contra su propia vida democrática. Vernos, en suma, como parias gobernados por una monarquía corrupta, demócratas por simulación. A España, que estaba en crisis y se había empobrecido, teníamos que entenderla en términos miserables. Era debido impugnar la Nación, vivir sobre las ruinas de nuestra estima y abrazar toda causa de identidad como cuestión de fe. El experimento no funcionó, y aquello que se soñó trasversal hoy lucha por sobrevivir a su atomización. Mas no quitemos méritos porque si mala fue la receta, acertado era el diagnóstico. España estaba ante su momento populista, pero este no sería a la bolivariana. La clave populista española era europea y antieuropeísta, es decir, nacionalista y reaccionaria. España nunca será Venezuela, pero podría ser Hungría. Lenguaje trumpiano, virilidad putinesca, y gotas de Frente Nacional. Desacomplejarse es el verbo, y el socialcomunismo, ese que acuerda con la patronal la reforma laboral de las FAES, el enemigo. Hay promesas crudas sobre la mesa, pero ninguna le constará al populismo popular el reproche de muchos de los otrora liberales y antinacionalistas, dado que ahí está, a qué negarlo, su noble furia contra el enemigo independentista. Muchos de aquellos que siempre han dicho aborrecer el nacionalismo reaccionario hoy se mueven sin perturbar la hegemonía de pensamiento que va tejiendo el partido populista español, contribuyendo así, paradójicamente, a cumplir el sueño de posibilidad que todo independentista anhela: una España grotesca y reaccionaria. Y si algo le falta al populismo popular, siempre echará una mano dialéctica el metalenguaje del Ministerio de Igualdad, o el viejo gurú, ahora descoletado, desde su gueto de telepredicación.

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