Premeditatio malorum

Poniéndonos en lo peor nos alegramos de casi todo, como, por ejemplo, de que haya habido sentencia

La vieja revista Nueva Revista me mima. Tanto que, previendo estos tiempos recios, me encargó un artículo sobre el estoicismo. En tiempos más bucólicos me pedirá que escriba del hedonismo, para que los disfrute el doble. Ahora urgía minimizar el daño.

Porque uno de los mecanismos estoicos consiste en la «premeditatio malorum», que en cristiano significa ponerse en lo peor. Es la especialidad de los hipocondríacos, con inmediatos resultados terapéuticos. Si luego resulta que no estamos tan graves nos alegramos como si hubiese acontecido un milagro; y si un día resulta que estamos como nos temíamos, al menos nos quedará el consuelo de haber acertado por fin con un diagnóstico a pesar de la incredulidad creciente de nuestros seres queridos. El ceniciento estoicismo nos anima a aplicar tan esplendoroso consuelo a todo tipo de eventos.

Incluso a la sentencia del Supremo. Mis dudas las expuse ayer y sólo han cambiado de tamaño: han crecido. Ahora bien, como me pongo estoicamente en lo peor, veo que tan mal, tan mal, tan mal…, no ha estado. Puede que se haya juzgado sólo a medias a los rebeldes, pero, en el imaginario indepe, los ha sojuzgado. Lo que no les vendrá mal para asumir que hay un ordenamiento jurídico y una legalidad que medio funciona. Por supuesto, nadie los ha sojuzgado, eso es su ensoñación, pero, ya que la doctrina del Supremo está por Calderón de la Barca («y los sueños sueños son»), es justo que se atengan a las duras y a las maduras del ensueño. Otra ventaja es que la justicia será ciega o no, pero que a muchos se les ha caído la venda. Las críticas a los malabarismos de la sentencia son transversales y, aunque los partidos han sido tímidos en sus críticas, excepto Vox, los columnistas de las más variadas simpatías están explicando su extrañeza. Eso es muy bueno. La reacción del nacionalismo, a pesar de encontrarse con la sentencia más blanda posible, ha sido durísima, dándonos la enésima prueba de que la vía del apaciguamiento es un callejón sin salida. Cada vez lo entiende más gente. También hemos visto adónde conducía la tibieza legislativa. No sabemos qué parlamento saldrá de las nuevas elecciones, pero esta sentencia le tiene que recordar que su trabajo es hacer normas claras y eficaces.

No se trata de ser un pánfilo que dice qué bien a todo: lo mejor, sin duda, es que está mal, pero que pudiera estar aún peor y, por suerte, ya lo sabemos bien.

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