Préstamos culturales

Cada obra de arte tiene su sitio ideal para ser contemplada, pero también hay que pasearlas por el resto de Andalucía

Hay espacios y museos en Andalucía en los que el tiempo parece haber quedado retenido, casi petrificado. Los envuelve tal atmósfera del pasado que el visitante duda en entrar, por temor a profanar no se sabe qué. Uno de esos lugares es el Museo de Julio Romero de Torres, en Córdoba, situado en la Plaza del Potro. Se puede pensar incluso que para contemplar esa maravilla, formada tanto por el contenido de las pinturas como por el conjunto que lo rodea, hay que peregrinar allí, hacer ese esfuerzo para merecer impresión tan plena. Porque en efecto, ese rincón cordobés y su pintor por excelencia reclaman ser vistos en su sitio, pero quizás esa excesiva sintonía ha contribuido a reducir su proyección fuera de la ciudad, como si asignarle papel tan exclusivo exigiera una sola perspectiva para ser comprendido. Sin embargo, un acontecimiento reciente pone en entredicho este prejuicio. Ya que ha bastado la actual exposición dedicada a Romero de Torres, organizada por Cajasol, en Sevilla, para que unas peculiaridades tan cordobesas también se vean como cosa propia a cien kilómetros. Ya lo dijo Luis Sánchez-Moliní en estas mismas páginas, la acogida sevillana a estas pinturas muestra que, por una vez, no es aplicable la opinión de Eugenio Noel: Córdoba y Sevilla se miran y no se ven. Y, además, no por hacerse Romero de Torres más sevillano se ha hecho menos cordobés. Por eso, el buen funcionamiento de este préstamo cultural permite tomarlo como modelo y reflexionar sobre casos similares. Porque hay otros enclaves en Andalucía en los que también el tiempo, las piedras y el arte se han complementado hasta convertirlos en espacios únicos. Y visitarlos supone obtener una imagen de plenitud extrema. Pero también esa misma espectacularidad ha contribuido a encerrarlos como pequeños reinos de taifas, presididos por un particularismo vuelto hacia dentro y excluyente. Por descontado que cada obra de arte tiene su sitio ideal para ser contemplada, pero también hay que preocuparse por prestarlas y pasearlas por el resto de Andalucía. Esto justificaría aún más el buen hacer de los rincones que las custodian y, además, ayudaría a los andaluces a comprender mejor su pasado. Por citar un sólo ejemplo: el encuadre del pueblo jienense de Quesada es indispensable para situar el austero expresionismo de Rafael Zabaleta, pero difundir y exponer su obra por el resto de las ciudades de la región ayudaría que los andaluces entendieran mejor qué significó vivir en aquella Andalucía rural y olvidada de tan peculiar pintor.

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