Su propio afán

Enrique García-Máiquez

Presunción

NO hace falta ser un caso extraordinario de imaginación para visualizar la que se habría liado si un concejal del PP fuese imputado por una estafa inmensa a miles de inmigrantes. Se sumarían los millones, la imputación, los pobres emigrantes y el PP, y explotaría todo en un escándalo brutal. Pero debe de ser que el catalizador o la espoleta es el PP, porque Mónica González, la concejal de Podemos de Puerto Real que está en esa situación, ha tenido que dimitir, sí, pero sin gran jaleo mediático ni ruidosas indignaciones callejeras. Y permitiéndose darnos, mientras se iba, unas lecciones morales.

Pero no vengo a alegrarme de la dimisión de Mónica González ni a pedir más madera. Al contrario: me hubiera parecido mejor esperar a que la justicia decidiese. Ella asegura que es "una víctima más" y, mientras no haya un juicio, habría que concederle el privilegio de la duda. A ella, y al resto de los políticos con causas judiciales pendientes, sobre todo cuando se trata de posibles responsabilidades previas y ajenas al ejercicio de su cargo. Los escándalos se nos están yendo de las manos, quizá porque las manos largas se les fueron antes hacia la corrupción a muchos. Y porque de tanto exigir responsabilidades a los demás, se produce un efecto bumerán, y nuestras propias exigencias acaban juzgándonos y condenándonos.

Un daño colateral de una sociedad corrompida es la desconfianza generalizada. A veces me advierten algunos compañeros: "No te creas lo que te cuentan los alumnos" o "Cuidado, que a las primeras de cambio, te engañan". Los que me amonestan son mucho más progresistas que yo, no lo sé porque indague en sus ideologías, sino porque cualquiera lo es; y me pasma hasta qué punto hemos dejado que se nos vayan por el desagüe la presunción de inocencia, la confianza en la palabra dada y el civismo de oír al otro con respeto. ¿No podríamos ahorrarnos la incómoda postura de tanta sospecha constante?

La aliviaría algo si los partidos dejasen de aplicar la ley del embudo, esto es, si el caso es de los míos, no hay caso, qué va; pero si es de los otros, entonces es el acabóse, fuera, fuera, dimisión… La aliviaría aún más una justicia rápida. Y se aliviaría por completo si la sociedad se tomase en serio la verdad y fuese, por principio, muy crédula con lo que se nos dice, pero se tornase severa e implacable cuando se descubriese la más mínima mentira. Por ahora es al revés.

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