HABLANDO EN EL DESIERTO

Francisco Bejarano

Prevención del suicidio

S ALVO el propio, es complejo saber cómo podemos prevenir el suicidio. El primer, y principal, dato que nos falta es qué pensamientos sombríos han pasando por el alma y la mente de un suicida, durante cuánto tiempo y por qué. Los casos que he conocido de cerca han sido muy dolorosos para familiares y amigos, hasta el extremo de no hallar consuelo los más allegados, y creo que, de haberlo podido impedir, el suicida habría aplazado su muerte. La muerte se acepta cuando es natural y sigue un orden de mayor edad a menor. Si alguien rompe el protocolo, se acepta mal, aun con el tiempo; si no sólo se salta el orden de la cola, sino que se quita la vida, no se acepta. Ya la muerte de por sí nos crea un sentimiento de injusticia, cuánto más la elegida voluntariamente. El cristianismo y las leyes civiles condenan el suicidio, pero para los judíos era un final digno cuando se habían terminado las salidas decorosas.

Quizá las instituciones que han creado el Día Mundial de la Prevención del Suicidio tengan algo que decirles a los muy jóvenes, a los que todavía no han hecho nada para merecer una solución trágica y optan por ella en un momento de cierre aparente de las salidas, sin edad aún para conocerlas. Con vidas en peligro por la lucidez, como las de Cesare Pavese, Stefan Zweig o Drieu la Rochelle, poco hay que prevenir porque la inteligencia los llevó a las tinieblas, pero dejaron sus obras a cambio de su pasión. Un adolescente desengañado no nos deja más que la tristeza del recuerdo de su juventud. A ninguno le consuela el cuento oriental, citado aquí en otra ocasión: "Maestro, he decidido suicidarme." "No es la solución", dijo el maestro. El discípulo piensa y vuelve: "Maestro, lo he pensado mejor y no voy a suicidarme." "Muchacho, tampoco ésa es la solución." "Entonces, ¿cuál es?" "Pero, ¿te habías creído que la vida tiene solución?"

En los países ricos, en los que hay abundancia y apenas problemas materiales, el suicidio es un mal corriente; en los pobres todo está dispuesto para morir joven sin tener que añadir más dramatismo, porque la obsesión está en sobrevivir hasta la mañana siguiente y no hay tiempo para plantear una venganza por soberbia juvenil, ni dedicar el talento a la atracción del abismo. De los suicidas hablamos desde fuera porque no sabemos qué proceso se desarrolla en su interior, qué sombras y tormentos les acosan. Todavía no sabemos, ni lo sabremos nunca del todo, por qué se suicidó Larra, si por un desengaño amoroso, por su fracaso como político incipiente o por los problemas económicos a causa de llevar una vida por encima de sus posibilidades. No sabemos, en suma, como prevenir el suicidio: los que amenazan con matarse para hacer chantaje sentimental casi nunca lo hacen; los que lo intentan una vez, lo intentan otra. A los vivos nos dejan un sentimiento de culpa.

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