Obituario
Julio Luque (Jerez,1942-2024), un hombre de esencias
La nicolumna
SIN los palcos, sin nazarenos, ni cofradías ni carritos de chucherías, estamos como extrañados por el centro de las ciudades. Parecen hasta diferentes. Tienen hasta más luz, brillan más que ninguna otra época del año y las calles parecen hasta renovadas, con nuevo mobiliario urbano y con mas zonas peatonales que nunca. Es como cuando nos sentimos vacíos tras saturarnos de algo. No es menos cierto que una ciudad vacía corresponde a unos ciudadanos vacíos. Una ciudad que necesita de un evento como la semana mayor o unas navidades para llenarse de contenido, es una ciudad en la uci y en los periodos entre eventos está vacía. Las ciudades se han quedado tan vacías que ahora parecen fantasmagóricas, aunque en realidad los fantasmas seamos nosotros, los unos y los otros y mira que no estamos en los meses de julio o agosto jerezanos.
Ateniéndonos a los hechos, el negocio, los plazos, la verdad cruel, es que el vacío al que nos tienen acostumbrados es el de las demás semanas que no son la de la semana santa. Un vacio perfecto. Un halo de un sin nada al no crear empleo, a no terminar obras, a no incentivar al pequeño empresario, a no fomentar el deporte de base, a limitar el acceso a un puesto de trabajo, a no cumplir las promesas, a maldecir las verdades, a malinterpretar las corrrupciones, a ignorar a la cultura, a no acordarse de los contribuyentes sino en las urnas, y en definitiva un enorme hueco que define la enorme capacidad de hacer del vacío una forma de vida, a tener a la vaciedad como bandera mientras que no se esté en periodo electoral y a hacer ver que hasta las promesas de campaña son más huecas de contenidos. Un verdadero vacío en la boca del estómago, una auténtica sensación de vuelco en el corazón, y una inestimable sensación cerebral se salto al vacío a diario. Ciudadanos envasados al vacío. Por máquinas perfectamente engranadas.
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