Lo ha dicho un prestigioso crítico de arte. El museo del Prado es una institución decimonónica. Y no le falta razón. Hasta el edificio se ve que no es de ahora. Por no hablar de los cuadros que hay allí. Es decimonónica, sin duda, la institución, aunque quizás influya el hecho de haberse inaugurado hace doscientos años y de albergar, no una fábrica de quesos, sino una colección de arte.

En otros edificios de la época se han construido discotecas, restaurantes chinos y pastiches hoteleros donde se combinan el rococó y el arte pop. Sin embargo, la dirección del Prado insiste en mantener colgados de sus paredes unos lienzos la mar de viejos (que no reflejan ni por asomo la vida del siglo XXI) y se empeña en mostrar unas esculturas de mármol que no tienen nada que ver con la vida del madrileño que va a trabajar en metro.

Si se fija uno bien, el prestigioso crítico ha dado en el clavo porque -al contrario de lo que pasa con las carteleras de cine- en El Prado llevan años mostrando las mismas obras del Bosco, que pintaba cuando todo aquello era campo, y de artistas como Fra Angelico, que jamás pisó un aeropuerto.

El público, como cuando reinaba Alfonso XIII, se sigue encontrando con las figuras larguiruchas del Greco, con las señoras rollizas de Rubens, los enanos de Velázquez y el gigante aquel que confundieron con un Goya. ¿Pero las autoridades no se están dando cuenta de que mucha gente prefiere visitar en Madrid el museo de cera, que se renueva continuamente y que va añadiendo figuras de futbolistas y de cantantes, mientras retira a los toreros cuando fracasan?

Las modas han cambiado pero los cuadros del Prado siguen mostrando infantas con miriñaque, bacanales campestres y retratos de unos papas que probablemente no estuvieran a favor ni del divorcio ni de la eutanasia. ¿Cómo se entiende, por tanto, que un museo de la actualidad exponga así como así martirios tan desagradables como el de San Sebastián, viñetas mitológicas que son pura pornografía y generales a caballo que posan ajenos a las proclamas pacifistas de mayo del 68?

Si fuera sólo El Prado, podría tener un pase. Pero es que España está llena de obras de arte anacrónicas repartidas por muchos otros museos. Si en Sevilla tienen la manía de enseñar vírgenes de Murillo, en el Arqueológico Nacional la estrella es una dama de Elche que tampoco representa a la mujer de hoy. Pero es que en el de Jerez, aparte de no haber más que cacharros del año de la nana, se permiten exhibir hasta un casco guerrero, que podría incitar a la violencia.

Ante este panorama quedan dos alternativas para mantener el interés por el arte: o retocamos esas obras un poco rancias para ponerlas al día (pues tampoco creo que pase nada por añadir a Las Tres Gracias unas camisetas y unos vaqueros), o seguimos el consejo de Cocteau cuando le preguntaron qué obra conservaría del Louvre si saliera ardiendo:

-Me quedaría con el fuego -es lo que contestó.

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