La esquina

José Aguilar

jaguilar@grupojoly.com

¿Puede la banca dejar de abusar?

Millones de clientes, torpes o ajenos al mundo digital, están siendo excluidos, tratados como estorbos a la modernidad

Los cinco grandes bancos españoles obtuvieron 19.866 millones de euros en 2021, incluyendo sus negocios en el extranjero. No está mal. En el mismo ejercicio cerraron alrededor de 4.000 oficinas (se han cerrado más de la mitad de las que existían en el año 2006). A los banqueros les han sentado bien las dos crisis; a los trabajadores bancarios, regular, y a los clientes, muy mal.

Rematadamente mal. en el caso de los clientes mayores y más vulnerables, porque al desmantelamiento de oficinas -obligado, en parte, por la duplicidad que trajeron consigo las fusiones- hay que añadir los efectos de la digitalización, que es inevitable, por supuesto, pero la han aplicado tan radicalmente que han dejado fuera de juego a un sector social que no domina las nuevas tecnologías. Total, nada: unos cuantos millones de ciudadanos,

Millones de clientes, en su mayoría modestos y mayores , que resultan ser analfabetos o semianalfabetos digitales por incapacidad, torpeza o incluso cerrazón, a quienes se les dice de un día para otro que ya no va a atenderles nunca más otro ser humano tras el mostrador para que puedan poner la transferencia, pagar el recibo o hacer un ingreso como ha hecho toda la vida, que cualquier gestión la tienen que realizar a través de una máquina que habla un lenguaje ininteligible. Estas víctimas de la modernización empiezan a entender, por vivencia directa, aquello tan dramático de que la sabiduría te llega cuando ya no sirve para nada. Cuando más saben de la vida, menos caso les hacen y más tirados les dejan.

Se sienten excluidos, y no es manía persecutoria ni desahogo de cascarrabias, es que están siendo excluidos. Los desmanes de la digitalización imperativa y veloz, la desaparición de los cajeros automáticos y la progresiva pérdida de la atención personalizada no son privativos del sector bancario. El mismo proceso de deshumanización lo viven las compañías de suministro de gas y electricidad, las de telefonía y, lo que es peor, las administraciones públicas. Incluyendo la sanitaria, donde gestionar una cita médica o un certificado de vacunación te sumerge en un laberinto a veces de Praga (por Kafka) y a veces de Utrera (por los Hermanos Quintero). Como si hubiera una conjura, al menos tácita, entre poderosos diversos para que la modernidad se abra paso a costa de los débiles que la estorben o no se adapten a ella.

Tal vez sean el bullicioso escuadrón de majaderos y malvados que describió Galdós y nos recuerda ahora Muñoz Molina.

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