Putin

Lo normal es que la izquierda que sueña con controlar los aparatos del Estado esté encantada con Putin

Al fin y al cabo, es muy normal que la figura de un personaje tan turbio y tan despótico como Vladimir Putin reciba tanta consideración y tanto respeto por parte de nuestra izquierda más radical. La izquierda de verdad, aunque pretenda disfrazarse de anarcoide y transgresora, es puritana y autoritaria y no tolera la oposición política. Tampoco cree en la alternancia del poder ni en una Administración independiente que pueda actuar como contrapeso del gobierno. Y lo que menos tolera la izquierda marxistoide -y de ahí sus críticas continuadas contra los jueces- es una judicatura que no esté controlada por completo para que sólo actúe a su servicio.

En este sentido, un autócrata como Putin, que amaña una elección tras otra en Rusia y que lleva ocupando el poder desde 1999 con triquiñuelas legales de todo tipo, es el modelo natural de la izquierda comunista. Putin elimina periodistas críticos, encarcela a los políticos de la oposición con excusas de cualquier clase y maneja todas las estructuras del Estado como si fueran su propiedad privada. En el terreno ideológico, Putin ha impuesto una visión totalmente manipulada de la historia rusa -su particular Memoria Democrática- que ahora mismo constituye la Verdad Oficial y que no puede ser cuestionada por nadie. Putin ha tolerado o incluso alentado las prácticas corruptas de la camarilla que ostenta el poder. Ha silenciado todas las voces incómodas, como la iniciativa civil Memoria (Pamyat), que mantenía vivo el recuerdo de las innumerables víctimas del comunismo y que acaba de ser declarada ilegal. Y si alguien saca los pies del tiesto, ya puede irse preparando. Las chicas del grupo Pussy Riot acabaron en la trena con la excusa de que habían insultado a la madre patria. La periodista Anna Politkóvskaya, que había investigado los crímenes del ejército ruso en Chechenia, fue asesinada por unos sicarios en el rellano de su piso. Y ahora, Putin ha movilizado a cien mil soldados porque una república vecina como Ucrania no acepta convertirse en un apéndice más de Rusia.

Conociendo todo esto, lo más normal es que nuestra izquierda que sueña con controlar todos los aparatos del Estado, para perpetuarse en el poder e imponer su verdad oficial y su memoria obligatoria, esté encantada con este personaje. Lo anormal, lo inexplicable, sería justo lo contrario.

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