SIEMPRE resulta doloroso el adiós de un referente en cualquier faceta de la vida. Y ahora nos llega el anuncio de un adiós con fecha fija que le duele a todo aficionado al fútbol. Por supuesto que a los barcelonistas más que al resto, pero el adiós de Carles Puyol también hace mella en el ánimo de cualquiera porque es un ejemplo de honestidad, hombría, deportividad, coraje, furia y amor a la camiseta, ya sea blaugrana o la roja de todos nosotros.

Aquel gol del ilerdense a Neuer en Sudáfrica bien lo hubiese firmado cualquiera de los que generaron que la furia se identificase con el fútbol español. Una furia que apenas nos dio lustre, pero de la que hemos de sentirnos muy orgullosos cuando se piensa en futbolistas como Puyol. Aquel gol a Alemania lo hubieran podido firmar Zarra, Santillana, Marcelino o cualquiera de aquellos pioneros de Amberes que empezaron a colocar al fútbol español en el mundo a pelotazo limpio.

Puyol igual se mataba por ganar que se daba trazas para retirar un mechero en el Bernabéu antes de que lo viera el árbitro. Puyol, un catalán irredento de los de las riberas del Segre, lloró por dentro cuando no pudo estar en la última Eurocopa, igual que estará llorando ahora al ver cómo no ha llegado a ese último tren que pasaba por el Mundial de Brasil. Es, además, un futbolista de futbolistas, que ya se sabe que no hay mejor elogio que el que proviene de la profesión.

El Barça, que es el mejor equipo que han visto estos ojos que ha de comerse la tierra, se queda sin su gran capitán y es más que posible que las cosas nunca sean igual con el brazalete en el brazo de otro. Ese Barça que pergeñó Rijkaard, que llevó a la excelencia Guardiola y que con Tito no dejaba opción para añorar al anterior echará de menos a Carles Puyol, ilerdense de Puebla de Segur; se irá ciertamente talludito, pero todos hubiésemos disfrutado disfrutándolo más tiempo.