Quinterismos

Los que no fuimos fans de Jesús Quintero vemos nítidamente sus imprescindibles méritos

Quizá soy el único español que no fui fan de Jesús Quintero. Porque no veo casi la televisión, aunque esto da vergüenza -parece que uno presume de algo- confesarlo; además, para rematar mi mala imagen, tampoco me libraba de la sensación de que se oía a sí mismo ni de que defendía el mensaje a contracorriente que a todos nos encanta escuchar. Para colmo, a veces su gusto por la extravagancia chocaba con mi extravagante pasión por lo normal y corriente.

A pesar de lo cual, si me lo cruzaba alguna vez en la televisión, me quedaba viéndolo, hipnotizado por su magnetismo, que podía incluso con todos mis prejuicios y prevenciones. Hay muchas razones más objetivas para admirarle, pero yo, que conozco mi cerrilidad, me pasmo por cómo me pegaba a la pantalla una vez y otra vez.

Bien pensado, lo entiendo, porque en su modo de hacer entrevista brillaban tres cosas que hoy necesitamos como el comer. En primer lugar, el silencio. Lo estamos repitiendo todos, y con razón. Sus silencios descoyuntaban el ruido de fondo que constantemente agita nuestra sociedad y, en especial, a nuestros medios. Un comunicador que nos trajo el silencio es sólo una aparente paradoja, porque sin silencio todo se convierte en un zumbido aturdidor.

Sus otros dos méritos emergían del previo silencio. Uno es la risa. Cómo nos hemos reído gracias a Jesús Quintero, con carcajadas absolutas como las que muy pocos humoristas nos han regalado. Sus silencios permitían que surgiese una gran alegría. Repasando sus vídeos he recordado Lo que no es sueño, el poema de Claudio Rodríguez que acaba: "Déjame que, con vieja/ sabiduría, diga:/ a pesar, a pesar/ de todos los pesares/ y aunque sea muy dolorosa, y aunque/ sea a veces inmunda, siempre, siempre/ la más honda verdad es la alegría./ La que de un río turbio/ hace aguas limpias,/ la que hace que te diga/ estas palabras tan indignas ahora,/ la que nos llega como/ llega la noche y llega la mañana,/ como llega a la orilla/ la ola:/ irremediablemente".

En tercer lugar, la razón última de su culto a la extravagancia era su obsesión por encontrar la personalidad auténtica de sus entrevistados. Lo conseguía. A veces, sí, por el atajo de buscarse personajes con la originalidad a flor de piel, pero siempre porque su silencio y su mirada dejaban que aflorase libremente lo auténtico. Silencio, alegría y personalidad, cuánta falta nos hizo y nos hace su recuerdo y su ejemplo.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios