La torre del vigía

Juan Manuel Sainz Peña

Quiten esa fiesta

Pues no. Esta vez no se puede culpar al Ayuntamiento ni a la delegación correspondiente la traumática celebración del Día de la Ciudad con el traslado del pendón. Y escribo lo de traumática porque no se me ocurre otra definición para acercarme a la realidad de una fiesta denostada, rechazada y olvidada por la ciudadanía desde mucho antes de que Pacheco abandonara el sillón de alcalde. El día de nuestro patrón, a los jerezanos, simple y llanamente, nos importa -a todos- un pito.

La única solución para que la imagen triste desaparezca de los reportajes gráficos de los periódicos es quitarla, suprimirla y, a ser posible, olvidarla. Al menos tal y como está concebida hoy en día.

Están vistas varias cosas. En primer lugar que muchos creen que Jerez es el centro, no del mundo, sino del Universo; lo mejor de lo mejor. Creemos que lo nuestro es exclusivo, original e inimitable, aunque la mayor parte de nuestra cultura resida en hacer pregones y sacar pasos con cualquier excusa (ojalá que el obispo que venga frene un poco tanto figureo gratuito), y en una Feria que fue única pero que va camino de convertirse, por mor de botellonas, leyes blandas y mirar para otro lado, en una suerte de verbena chabacana: un tumor minúsculo que nació en algunas partes del Real, pero que ahora es pura metástasis de complicado tratamiento.

Así están las cosas, no vamos a negarlo, aunque habrá, imagino, quien se rasgue las vestiduras, que serán aquellos que se quejarán de la escasa oferta cultural de la ciudad, pero no conozcan, verbigracia, el Villamarta más que cuando llega el fin de la Cuaresma, o no saben, ni les interesa, dónde queda la Fundación Caballero Bonald. Así, claro, entre prosas, vanidades y fiestas olvidadas, nos luce el pelo.

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