ALGO no se está diciendo en el caso de Alba González Sanz, la chica caucásica que se ha madrugado renunciando a ser la nueva directora general de Diversidad Racial "por no ser una persona de raza negra". Lo que no se está diciendo es que merece un respeto. Alba puede estar -como lo creo- in albis, pero ha sido capaz de asumir en carne propia las consecuencias de su ideología. Entre partidos muy feministas donde los líderes son sólo ellos o políticos que respetan la ley a conveniencia de sus pactos coyunturales o mujeres muy liberadas al rebufo de sus maridos, un caso de coherencia personal propicia un aplauso en pie para empezar.

Luego, lo cortés no quita lo desternillante. También es un caso casi de semanario humorístico. Encima me ha recordado al amigo que hace ya casi veinte años trabajaba de eventual en los servicios sociales de un ayuntamiento, y salió una plaza fija de lo suyo. Extraoficialmente se buscaba que fuese de etnia gitana. Mi amigo, inquieto, acudió a otro amigo, experto flamencólogo y que venera y conoce a fondo las grandes familias gitanas de la comarca, a ver si le podía ayudar a sacar siquiera fuese un parentesco lateral lejano. Fue entrar por la puerta y oír este grito que salía de las sombras del despacho: "Con esa cara de chino, ya te puedes ir yendo…" Mi amigo no pudo ni dimitir porque no consiguió el puesto, aunque luego le ha ido muy bien de payo.

Lo cortés y lo desternillante tampoco quitan lo reflexivo. El criterio de que para ejercer un puesto haya que pertenecer a la misma categoría que los usuarios de tu servicio es sacar las cosas de madre, como se demuestra con algunas reducciones al absurdo a afectos dialécticos, más allá de las mujeres a cargo de los institutos de la mujer y de las personas de razas de color a la cabeza de los institutos de integración racial. ¿Tiene que dirigir un niño la Educación Primaria? Y Bienestar Animal ¿un tití capuchino? En serio, poner otros requisitos además de la preparación, la honradez y la eficacia no deja de ser como pelear con un brazo atado a la espalda. Cierta tendencia, a efectos simbólicos, se entiende, por supuesto, pero convertir esto en un requisito sine qua non y en la cualificación superior, como una limpieza de sangre posmoderna, no es serio ni inteligente. Con Alba González Sanz hemos perdido, por ejemplo, a alguien que creía de verdad, al menos, en lo que se traía entre manos.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios