la tribuna

Abel Veiga

Y Rajoy compareció

FUE una comparecencia forzada. Se había criticado mucho al presidente del Gobierno por no haber comparecido el sábado, uno de los días más difíciles para España. Y compareció con un discurso calculado milimétricamente. Llegó sonriente, sereno tras pasar las dos últimas semanas de su presidencia presionado hasta el límite por Bruselas, el Fondo Monetario e incluso Washintgton.

Rehusó emplear el vocablo rescate, la estrategia ha sido ésa durante toda la semana, esquivar la presión para ahora decir que fue él quien presionó para que no sea rescate. La prensa mundial habla de rescate. También habla de condiciones, tipos de interés y el sacrificio que pagarán accionistas y acreedores de este rescate que fiscalizarán y aprobarán, en suma, los técnicos europeos que decidirán la suerte de las entidades que concurran a recapitalizarse.

El Gobierno es consciente de que las reformas de reestructuración financiera no han evitado esta intervención, en palabras de Rajoy, "línea de crédito" y en palabras de su ministro de Economía, De Guindos, en condiciones muy favorables. Sin embargo, no conocemos la letra pequeña del memorándum que ante Bruselas firmará el Gobierno de España, no el sistema financiero. Rajoy se aferró a su discurso de investidura, a su confianza en el crecimiento, insistiendo en que no haría milagros. Lo repitió hasta la saciedad, y obvió lo que se nos ha ido diciendo, tras cada consejo de ministros, cuando se han intentado justificar reformas que hace sólo una semana Bruselas cuestionó por su eficacia.

Más allá del empleo caprichoso, por unos y otros, de términos y conceptos, a corto plazo esta inyección multimillonaria para las entidades financieras (fundamentalmente anteriores cajas) es positivo. A corto sí, pero a medio y largo plazo esa cantidad, con sus intereses, hay que devolverla. Y esto son palabras mayores que hoy parece que no se quieren escuchar. Devolver cien mil millones de euros exige, por lo pronto, rigor fiscal y rigor en las cuentas públicas, sin desvío de un milímetro y sin más balances ocultos como los que han aflorado hace unas semanas, tal y como ha sucedido en comunidades que eran puestas como ejemplo de gestión. Seguirán los recortes, la reducción del gasto público porque hay que cuadrar, ahora sí, el déficit aun a pesar del otro balón de oxígeno que nos da la Unión Europea, al aplazar un año alcanzar el deseable, y exigible, 3%. Afectará a la deuda y al déficit aunque Rajoy desmintiese a su ministro. Este dinero se da al Gobierno condicionadamente y con un solo objetivo, sanear y reestructurar el sistema financiero. Esperemos no más errores, medias tintas, amagos y dislates. Ahora bien, ¿dónde van a emplear este dinero las entidades que lo soliciten? Sinceramente, no va a revertir, por lo pronto, en la economía real, en el crédito a hogares, empresas e inversión, y de serlo será en una cuantía mínima.

Se necesita para sanear balances, dotar provisiones y tapar desvíos contables. Y lo más importante, y algo que no nos ha dicho el presidente ni su ministro, este dinero no lo van a devolver los bancos, sino el Gobierno, que es a quien se le presta, lo que supondrá que el ciudadano soportará las consecuencias de recortes, reducción y reformas. Ésta es la otra cara de la moneda, la que no se quiere decir ni ver en público y que contrarresta los adalides y discursos de alegría, de respiro que esgrime el Gobierno.

Sanear un sistema que ha sido incapaz de dar lecciones a nadie, ciego de sí mismo, y cegado por la voracidad especulativa, la borrachera inmobiliaria y una relajación absoluta de la aversión al riesgo. Y esto sí es positivo. Pero ¿qué supone para el ciudadano? Muchas cosas. Por mucho que el rescate no sea al país, como sí ha sucedido en otros países de la Unión.

Ayer, sin embargo, no se relajó la prima de riesgo tras la inicial euforia de la Bolsa. Se descontaba hace semanas. Todo está por hacer. El comportamiento de nuestra economía es incierto, el desempleo galopante y que no sabemos atajar y a un crecimiento que no llega en un escenario de recesión durísima que todavía no hemos podido sortear. Ésa es la realidad de la que no habló un aparentemente tranquilo presidente del Gobierno.

Todo lo hecho por el anterior Gobierno ha servido de poco; al contrario, ha agravado una situación de por sí grave. En cinco meses, el actual Ejecutivo ha tomado conciencia de la situación y ha tratado de parchear tímidamente la situación creyendo que todo se solucionaría con los tiempos que marca Rajoy, pero de poco han servido también. No maquillemos la realidad. España por sí sola no ha podido sanear su sistema financiero, y, en cierto sentido, es un fracaso. La salida de la crisis sólo podía ser una salida europea y, tras la presión de Bruselas y Berlín sobre todo, el Gobierno se ha rendido a la evidencia.

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