La esquina

José Aguilar

jaguilar@grupojoly.com

Rato, codicioso de película

¿Qué necesidad tenía este rico por su casa, poderoso en el mundo y España, de darse una tarjeta para el 'gratis total'?

Lo que singulariza el caso de las tarjetas black -opacas a Hacienda- de Caja Madrid-Bankia, no es la cuantía del expolio sentenciado el jueves por la Audiencia Nacional (ha habido saqueos más jugosos en la banca española), ni siquiera la entidad y sofisticación del delito perpetrado (apropiación indebida de 12,5 millones de euros entre 65 personas durante diez años).

Lo que ha hace especial este escándalo es la personalidad de los condenados y su condición de símbolos de una casta y paradigmas de una época. Miguel Blesa (seis años de prisión) llegó a la presidencia de la caja de ahorros directamente de la mano de José María Aznar, su amiguito y compañero de pupitre. ¿Y qué decir de su sucesor? Rodrigo Rato (cuatro años y medio) no fue presidente del Gobierno porque no quiso cuando Aznar lo escogió como destinatario indiscutible de su dedazo, perdió su oportunidad y cuando se lo pensó mejor ya era tarde: Aznar había cambiado de opinión y Rato había cambiado su vida sentimental, cambios que hay quien vincula como efecto y causa.

A Blesa y Rato les une esta estricta pertenencia al poder y sus alrededores y la más laxa utilización en su beneficio particular de los recursos ajenos cuya gestión les ha sido encomendada gracias precisamente a que eran poderosos o cercanos a los poderosos. Y los otros sesentaytantos sentenciados, tres cuartos de lo mismo. Representaban a partidos, sindicatos y patronales en los órganos de dirección de Caja Madrid y usaron las tarjetas de crédito para vivir mejor ellos, no sus representados. Como un botín. Curiosamente, el segundo que más despilfarró fue el representante de Izquierda Unida.

A Rato todavía le queda lo peor. Está en la diana del caso Bankia propiamente dicho, que ventilará su culpa en la salida engañosa a Bolsa de la entidad financiera y su inevitable rescate por los españoles todos de 23.500 millones de euros que, como las golondrinas becquerianas, no volverán. Su conducta tiene algo de patológica. Un hombre rico por su casa, acostumbrado a manejar dinero a espuertas, que ha sido vicepresidente en España y director del Fondo Monetario, economista reputado internacionalmente, cobrando sus conferencias a precio de oro, ¿qué necesidad tenía de regalarse 99.000 euros en cuatro años con la dichosa tarjeta black?

Parece un caso de película. De la película El caso de la viuda negra, cuya protagonista dice: "Ser rico es algo extraño. Nunca consideras que ya tienes bastante".

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